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viernes, 22 de abril de 2016

LA POSADA DE LA CISTERNA


LA POSADA DE LA CISTERNA

A muchas personas les resultará desconocido este nombre de  “La Posada de la Cisterna”. Para informarles, les diremos que la Posada de la Cisterna era lo que hoy conocemos como “Centro Cultural las Claras”  de Plasencia.
Para tener una visión del paso del tiempo, hemos rescatado de nuestros viejos papeles un artículo que escribía  don Manuel López Sánchez-Mora  en el periódico  El Regional en el año 1970,


Periódico “El Regional”  - día 02 de junio de 1970

Con este nombre se conoce todavía la que ya no es posada, aunque conserve la cisterna, de tan práctica aplicación antiguamente.

Era una de las que en tiempos pasados albergaba a los que venían a mercados y ferias procedentes de Malpartida, Carcaboso, Montehermoso y Valdeobispo, así como había otras en que se hospedaban los procedentes de la Vera y el Valle que entraban en la ciudad por la puerta y la calle del Sol.
Nunca había puesto yo los pies en la posada de la Cisterna a pesar de que en mis años jóvenes se la hizo protagonista de un suceso convertido en folletín por la imaginación popular, por lo que fue largos días objeto de nuestras conversaciones y de la visita tumultuosa de muchos vecinos y sobre todo vecinos de la ciudad.
Sabía que formaba parte de lo que fue casa solariega del matrimonio Camargo-Carvajal primero y luego del Convento de las Claras, fundado por aquellos píos esposos. Y tenía  para mí la Capilla que fue del Monasterio  el inolvidable recuerdo de haber sido en ella donde por primera vez un día de san Antonio oficié de Subdiácono, antes de cantar Misa, con toda la emoción de las primeras actividades ministeriales.
En 1958 cuando vinieron Restauradores del Museo del Prado a limpiar los cuadros del Retablo de la Catedral entré por primera vez en la Posada para ver las pinturas de un alto techo, pero era tal la ausencia de luz que nada pudimos apreciar. Una amable invitación de los propietarios de la casa me ha hecho visitarla recientemente y ver con ayuda de un potente foco eléctrico buena parte de lo que un artista consumado dejó allí estampado con materiales tan ricos que basta pasar una esponja por el polvo y el abandono de varios siglos para que aparezcan con toda viveza los colores primitivos, que han aguantado incluso el humo de años en que el local estuvo dedicado, según nos dicen, a secadero de tabaco.
Recordemos algo de la historia de la casa antes de entrar en detalles de lo que todavía conserva del antiguo esplendor.
En la segunda mitad del siglo XV doña Sevilla López de Carvajal, casada con don Alonso Ruiz de Camargo, otorgaba testamento disponiendo que en las casas que fueron de sus padres (en la calle del Rey, esquina a doña María de Molina) se edificase un Convento. Nombraba usufructuario vitalicio de sus bienes al marido que por razones largas de explicar no levantó el Convento en las casas de los suegros, heredadas por la esposa muerta, sino en la suya sita en la calle de Santa María (hoy Obispo don Domingo Jiménez) con salida a la calle de Trujillo. Con bienes de la mujer y propios dotó al Convento suficientemente y a finales del XV ya estaban allí las primeras Clarisas. El Convento era amplísimo como todavía puede apreciarse. Se conservan en la portada de la Iglesia (obra de Rodrigo Alemán, el de la sillería y el Puente Nuevo) y repetidísimos en el interior los escudos de los fundadores: los cinco calderos de los Camargos y la banda transversal con bordura de ramas de roble o encinas (carvallo en Galicia) de los Carvajal. (Sabido es que la bordura es lo único que distingue este blasón del de los Zúñigas que la llevan de cadenas porque provienen de Navarra).
Eran tan distinguidas las familias a que pertenecían las monjas del Convento de Santa Clara que Nobles, Títulos y Reyes porfiaron por honrarle y ampliarle. El mismo don Fernando el Católico le regaló una casa aledaña (hoy Editorial Sánchez Rodrigo) que había sido de un judío de los expulsados; y un Canónigo, Sánchez de Tamayo, le dio la suya, junto a la anterior, esquina a la Plaza de la Catedral, donde había nacido Galíndez de Carvajal.
La Iglesia, que hemos visto varios años dedicada a almacén de los artículos más extraños, paso a ser propiedad del Obispado.
Volvemos a la parte de la edificación que fue Posada de la Cisterna, en el fondo de cuyo patio se aprecia claramente la portada interior de la Capilla.
Se conservan, aunque tapiados, los claustros de la época conventual y pueden admirarse en los capiteles de las columnas lindos blasones de Camargos y Carvajal tallados en finísima piedra perfectamente trabajada.
Y en el interior, el salón principal de la Casa Señorial. Enorme en sus dimensiones. Las paredes debieron estar habitualmente colgadas de tapices pues no se advierte en ellas, ofreciendo fuerte contraste con el techo, el más mínimo adorno, aunque haría falta para asegurarse un picado de las repetidas manos de cal con que se las enfaldegó a través de los años.
Lo interesante, lo rico es el techo. No tiene artesones. Están en toda su extensa superficie perfectamente  pintados los más caprichosos grutescos que alternan graciosamente con los conocidos blasones muy repetidos en lugares a veces insospechados. La pintura llega hasta por debajo de las elegantes y escalonadas zapatas en que se apoyan las vigas.
Era indudablemente la sala de respeto de la casa y creemos, por la repetición insistente de los emblemas Camargo-Carvajal, que se decoró antes de la fundación del Convento. Ello da a la pintura una antigüedad y un mérito a su calidad imponderables.

D. Manuel López Sánchez-Mora (+). Canónigo Archivero