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viernes, 11 de diciembre de 2020

PUERTAS Y POSTIGOS DE LA CIUDAD DE PLASENCIA.


PUERTAS DE LA CIUDAD DE PLASENCIA


La ciudad de Plasencia poseía cinco puertas con categoría de tal y varios postigos o puertas pequeñas que servían para salidas urgentes o pasos escondidos. Su número divide a los cronistas de la ciudad.
Las hojas de las puertas eran de madera, dobles, de grandes dimensiones, forradas de chapas y con grandes clavos de hierro que las defendía de los ataques, del fuego y de la climatología. Solían tener unas angarillas por la parte de dentro que servían para realizar la misma función sin tener que mover continuamente las pesadas hojas principales.
        
PUERTA DEL SOL


Esta puerta de entrada a la ciudad está situada al mediodía, es decir, hacia el este, de hay su nombre. Es la más ornamental de las puertas de la ciudad que se conservan; el arco de la portada es de medio punto, y está presidido por una imagen de la Virgen con el
Niño en brazos, y rematado por una cruz. Esta imagen tiene la advocación de Nuestra Señora de la Paz. La imagen es de piedra berroqueña, y muy bien labrada.
La Puerta es de tradición romano-bizantina, estaba enmarcada por dos torres o cubos (visibles en el plano de Luis de Toro). En 1.877 se menciona que la torre de la derecha a la salida había sido derribada hace pocos años. En la actualidad no existe ninguno de dichos cubos. La simetría de la puerta está desplazada con el eje de la calle del mismo nombre.

Debajo de la imagen están el escudo de los Reyes Católicos y dos escudos de la ciudad, uno a cada lado. También se ve una leyenda o inscripción que debido a su deterioro no es posible leerla, pero que sería igual a la de la puerta de  Trujillo.
En el lienzo de la muralla izquierda según se sale de esta puerta, encima del tejado de la primera casa se ve el escudo de los Paniaguas, los cuales fueron de los primeros en repoblar la ciudad, y seguramente uno de ellos fue el primer alcalde de la nueva población.
Junto a esta puerta estuvo una pequeña iglesia y un pequeño hospital dedicado a San Andrés, se edificaron en el siglo XIII, y fueron sus promotores el Arcediano Don Nicolás y el Chantre Don Domingo. Su misión era curar a los soldados que venían heridos de las luchas contra los moros. Como no se la dotó de rentas, al morir sus fundadores desaparecieron la iglesia y el hospital.

PUERTA DE TALAVERA

La Puerta de Talavera toma este nombre por estar en la dirección de la ciudad de Talavera de la Reina, con la que Plasencia estaba hermanada por la Carta de Hermandad del año 1.272, debiéndose mutuo apoyo defensivo y jurisdiccional.
Esta puerta viene perfectamente señalada en los planos de los siglos XVI y del XVIII. Fray Alonso comenta de ella: "Es llamada así porque mira hacia esa villa, cae entre oriente y mediodía; desde ella se sigue una alameda hasta la isla y se ven la ermita de San Miguel, (esta ermita estaba en lo que hoy es Avda. de la Vera nº 2), hospital de la Merced, que llaman de San Francisco, y el convento desde glorioso patriarca y la fertilísima sierra de Calzones."
Su disposición arquitectónica seguía la línea clásica de estar enmarcada por dos torreones y formar conjunto con la calle que va directa a la Plaza Mayor.
Con motivo de la llegada a Plasencia del rey Felipe V. el día 19 de marzo de 1.704, el Concejo decide derribar la puerta de Talavera y levantar en su lugar un arco de flores para recibir al monarca.
Sobre esta puerta estaba una lápida con una inscripción, al derribar la puerta se llevó la lápida al cercano Hospital de la Merced, donde estuvo olvidada hasta el año 1877, en que la restauró Juan González de la Fuente, el cual era vecino de la ciudad.   Hoy se conserva en el zaguán del Ayuntamiento; Esta lápida de la conoce en Plasencia por el nombre de La Lápida o Piedra de la Libertad.  Es una conmemoración de la toma de Granada.

LIBERTAS: URBIS: CELORVM: GLORIAM: PANDIT.//INFERNIS: MISEROS: CIVESQ: OBTRUDIT: INIQVOS.// LIBERTATEM: URBI: PACEMQ: IMPONERE: ET MORES //IUSTICIA: ALTISSIMI: DECREVERUNT: REGES: HISPANIE, // DIVUSQUE: FERNANDUS: DIVA: ELISABET: SANTA: CONIVNX // DUM REGNVM: ET URBIS: GRANATE:SVB. EGERINT. ARMIS// ISMAHELIS. TERROR-HERESVM.FORTISSIMI. VLTORES //QVOS PATER: OMNIPOTENS: FELICES.SEMPER.CONSERVET. //VICTORESQ.VALEANT. TOTVM. REGNARE: PER ORBEM 
LAUDIBUS ANGELICIS CELESTIA REGNA SEQUANTVR. 


La libertad de la ciudad amplió la gloria de los cielos. Envió a los infiernos a los ciudadanos míseros e inicuos. Sus altezas los reyes de España, el divino Fernando y la divina Isabel, su santa esposa, decidieron con justicia establecer la libertad, la paz y las normas a esta ciudad, cuando marchaban a someter con las armas al reino de la ciudad de Granada. Ellos son el terror de Ismael y los valientes azotes de los herejes. Que el padre omnipotente los conserve siempre felices, y que, vencedores, puedan reinar a lo largo de todo el orbe; que consigan los reinos del cielo en medio de cantos de ángeles. 

En la lápida figuran además las armas de los Carvajales (familia que apoyó la rebelión de la ciudad contra el Conde de Plasencia), algunos motivos animales, vegetales y humanos relacionados con el estilo hispano-flamenco.

Esta puerta era una de las oficiales para la entrada del vino en la ciudad. Desde esta puerta hasta la de Trujillo se reunían los ganaderos con sus rebaños para celebrar los mercados de ganado. Por esta puerta se solía hacer las entradas oficiales de las autoridades que visitaban la ciudad. El obispo entraba por ella cuando venia a tomar posesión de la Diócesis Es por esto por lo que el Concejo siempre cuidó más el entorno de esta puerta que el de las otras. Desde esta puerta empezaba el Vía Crucis de la ciudad., el cual seguía por un paseo que terminaba en la isla pasando por el convento de San Francisco.  A partir del siglo XIX se permitió adosar casas a la muralla y se perdió definitivamente esta puerta.
Frente a esta puerta está el barrio de San Juan, en el cual vivían artesanos dedicados a oficios relacionados con los animales de tiro, tales como albarderos, herreros, etc.,  pues las ferias de ganado se celebraban desde la puerta de Talavera  a la puerta de Trujillo, también era este barrio el de la mancebía (prostitución), pues el fuero no permitía ejercerla dentro de las murallas. La calle que iba desde la Puerta de Talavera a la iglesia de San Juan se llamaba en el siglo XIV calle de los Albarderos.
En este barrio de San Juan estaban los hospitales de la Merced (luego cuartel de la Guardia Civil, comedor de pobres, escuelas nacionales y juzgados) y el de San Marcos o de los  Pobres. El de la Merced se dedicaba a los crónicos y en particular a los afectados de “bubas" (enfermedades venéreas) por eso se le conocía como el " Hospital de las Llagas".
La iglesia de San Juan fue fundada después de la batalla de las Navas de Tolosa, a principios del 1200, esta iglesia fue la parroquia de Malpartida de Plasencia, que por esas fechas se consideraba un barrio de Plasencia. Dejó de serlo a mediados del siglo XVI que el obispo Vargas Carvajal edificó una iglesia en el pueblo.

PUERTA DE TRUJILLO.

Esta puerta se encuentra más al mediodía que la de Talavera, sus características arquitectónicas serian semejantes. Su nombre lo recibe porque por ella entraba el camino real de la ciudad de Trujillo. Sobre la puerta se encuentra edificada la ermita de la Virgen de la Salud (antes llamada del Rosario). Esta ermita se modificó en el año 1721 en que aprovechando los dos cubos o torreones que la flanqueaban se ensancha la ermita y se le da la forma que tiene hoy.
Frente a puerta está el puente del mismo nombre. En esta zona del rió estaba el molino de Tajabor del cual se habla en el fuero de la ciudad. Desde la puerta se podían ver la ermita de Santo Tomas Apóstol, (la cual fue mezquita árabe antes de ser iglesia); los tintes, y en el cerro de enfrente (hoy San Miguel), estaban las ermitas de San Miguel y de San Cristóbal.


En el espacio que hay entre la puerta y el puente estaba el Rollo de la Justicia, y en este mismo sitio se celebraban corridas de toros. Los canónigos y capellanes de la Catedral tenían derecho de vistas desde la muralla.
Saliendo a la derecha empezaba el barrio morisco del Toledillo, donde existía una pequeña mezquita, la cual a finales del siglo XVI fue convertida en la ermita de Santo Tomás Apóstol, y que en el siglo XIX era un mesón. Más adelante estaba el barrio de las Tenerías, lo que más adelante se llamó El Barrio Nuevo, en el cual se asentaron las barrerías y ollería de la ciudad, las cuales estaban en San Juan, pero los obligaron a trasladarse porque el humo que producían estropeaba los órganos y el retablo de la Catedral.
Los muros de sus cercanías se repararon en múltiples ocasiones a lo largo de los siglos XV y XVI. Sin embargo, en la parte exterior de la puerta se mantuvieron los escudos de los Reyes Católicos y una inscripción semejante a las de las puertas e Berrozanas y del Sol. La lapida dice lo siguiente:



LIBERTAS VITE, GEMMIS, AUROQUE PREFERTUR,//LIBERTAS NOBILEM REDDIT PLACENCIAE URBEM.//QUAM FORTUNA SPREVIT, REGIAMQUE IN LUCEM REDEMIT. //NOBILES PROPTEREA PLACENCIAE URBISQUE ET HEROES//DEVICERUNT HOSTES, SUB REGIO MARTE, FEROCES. //REGIBUS QUIPPE DECET HOMINESQUE SUBDITOS FORE. //I K MENS[IS] OCTOBRIS ANNO MIIII.LXXXVIII

(Hemos corregido en varios casos la lectura y la puntuación. Ha sido muy mal leída esta inscripción) 

La libertad está por encima de la vida, de las joyas y del oro; la libertad hizo noble a la ciudad de Plasencia. A esta ciudad la fortuna despreció y luego a la luz regia devolvió. Y es que los nobles de Plasencia y héroes también de la ciudad vencieron, bajo la bandera real, a sus enemigos feroces. Y ciertamente es justo que los hombres se sometan a los reyes. Uno[1] de Octubre del año 1488. 

Saliendo de esta puerta, a mano izquierda se ve un monumento adosado a la pared el cual esta dedicado al obispo Laso, el cual se le consideró en Plasencia como el Carlos III local. Dicho monumento tiene una lápida en la cual hay una inscripción que traducida dice así:

“AL ILUSTRÍSIMO SEÑOR DON JOSE GONZÁLEZ LASO DE SAN PEDRO, DIGNÍSIMO OBISPO DE PLASENCIA, VERDADERO PADRE DE LOS POBRES. ENTRE OTRAS GRANDES OBRAS DE PUENTES Y CAMINOS, HIZO CONSTRUIR A SUS EXPENSAS ESTE PASEO. Y EL MUY NOBLE Y MUY LEAL AYUNTAMIENTO, EN TESTIMONIO DE SU GRATITUD, LE CONSAGRÓ ESTA MEMORIA. AÑO DE 1.799”.      

PUERTA DE CORIA
        
      La puerta de Coria era la entrada natural de los que venían de esa ciudad a Plasencia, por eso su denominación.
         Se abre esta puerta en la depresión natural formada por el promontorio de la Mota y la iglesia de la Magdalena, al ser tan accidentada su entrada se la llegó a denominar en ocasiones como "el hondo de la quebrada." Por su puerta se accedía a la Sinagoga y cementerio (antiguo) judío los cuales estaban en el sitio que después ocupó San Vicente, y a través de la calle Zapatería, a la Plaza.




Desde su portada se divisaban las Tenerías, el río, el puente y ermita de San Lázaro.
Enfrente de esta puerta estaban los corrales donde se trataba el cuero, pues las ordenanzas municipales no permitían esta actividad " hasta pasada el puente de San Lázaro. También estaban los tintoreros y carpinteros en este lugar.
En los planos del siglo XVIII solo se ve una torre de defensa de esta puerta, la del lado derecho según se entra. Se han perdido los escudos e inscripciones que pudiera tener. El arco de medio punto es mayor de lo que debió ser en sus principios
En la clave del arco, por la parte de fuera se encuentra una hornacina donde se ve una figura humana con una balanza en la mano. Se podría tratar de un ángel representando a la Justicia. La puerta se cerraba con dos hojas de madera y carecía de rejas de refuerzo.
Con motivo de las Guerras Carlistas fue tapiada, al igual que otras puertas de la ciudad, y se volvió a abrir el año 1.848


PUERTA DE BERROZANA

La puerta de Berrozana tiene las características de la puerta de Coria: tiene una sola torre de defensa y el flanco desguarnecido es defendido por la disposición en ángulo de la muralla próxima a la puerta. En la clave del arco de la puerta está esculpida una imagen del Arcángel San Miguel con su espada y su cruz. Encima esculpido en dos losetas y dentro de un recuadro aparecen los escudos de los Reyes Católicos sustentados por el águila de San Juan y con el yugo y las flechas a los lados.


Debajo a los lados del Arcángel hay dos lápidas con una inscripción en caracteres góticos que dice así:
AÑO DE 1571. SIEN / DO CORREGIDOR / EL DOCTOR ZARATE / SE REEDIFICO ESTA / PUERTA DE LOS PRO / PIOS DE LA CIUDAD.
En el siglo XVI sufrió una reforma esta puerta, y en el año 1.840 se mandó ensanchar la entrada por haber sido reducida durante las Guerras Carlistas
La denominación de Berrozana le viene de que por ella se sale al berrocal, que son unos cerros llenos de peñas, así como por estar en dirección de la finca llamada " Las Berrozanas". 
En las afueras de esta puerta estaba la iglesia de San Julián la cual fue quemada por los franceses en el año 1.810.  La Casa de D. Diego de Carvajal, la cual fue destruida por orden real porque en ella se reunieron los partidarios de los comuneros.
Junto a la puerta estaban las alhóndigas y graneros de la ciudad, lo que después seria la Alhóndiga del Abad de Husillo o Alhóndiga Nueva, que es la que conocemos hoy. Esta alhóndiga se hizo aprovechando el cubo de la muralla que defendía la Puerta Berrozana. Sobre su dintel se gravó el siguiente epitafio: “Reinando nuestro Católico Monarca el Sr. D. Carlos III y siendo el Ilmo. Sr. Marqués del Campo Villar, secretario del Despacho Universal de Gracia y Justicia y Superintendente General de los Pósitos del Reino, se reedificó esta alhóndiga siendo corregidor D. José Delgado Frías Funes y Carvajal, Diputado Felipe Jiménez, mayordomo Francisco González, Procurador Síndico José Garrido, año de 1761”.
Delante de la alhóndiga había una cruz en cuya base se podía leer lo siguiente: “Este sitio se allanó y limpió y puso esta cruz siendo corregidor de esta Ciudad de Plasencia el Sr. D. Rodrigo de Flores y Córdoba, Cavallero de la Orden de Alcántara y veinte y cuatro de Córdoba”.

POSTIGOS DE LA CIUDAD.

POSTIGO DE SANTA MARÍA

El postigo de Santa María está entre un cubo de la muralla y la torre-campanario de la Catedral, también conocida como  "torre vieja " por ser respetada en la construcción de la Catedral Nueva. En la construcción de las murallas no se contempla este postigo, pero en el siglo XV ya se habla de una pequeña puerta en la muralla que con una escalera salvaba el desnivel natural de la muralla a la Corredera. En el plano de Luis de Toro, dibujado en el siglo XVI, se ve perfectamente este postigo, aunque sin escalera.



Fray Alonso eleva este postigo a la categoría de   " Puerta Nueva", a raíz de la remodelación que se hizo "para que tuviesen la suficiente altura que pudiese entrar y salir la procesión del Santísimo de la Catedral a la Corredera”.
Desde el postigo se veía el arrabal de San Juan, la iglesia de San Marcos, la cual había sido anteriormente convento de San Bernardo, el hospital de San Marcos, el cual también se le conocía como "Hospital de los Pobres", la iglesia parroquia de San Juan Bautista, y  a la otra parte del río el colegio de San Fabián, o Colegio del Río.

POSTIGO DE SAN ANTON

El postigo de San Antón es también conocido con la denominación: del Postigo, o Puerta de la Fortaleza. Estaba situado entre la fortaleza y la torre Lucia.
El motivo de abrir aquí un postigo y no una puerta quizás se motivara a que esta es la zona de murallas más llana y menos protegida por el río y los desniveles del terreno, y por lo tanto sería la parte más fácil de atacar.
En el año 1.789, el postigo de San Antón fue destruido junto con parte de la muralla con el fin de darle mayor amplitud. En el año 1845 se reutilizó el arco de la puerta principal de la iglesia-convento de los Padres Franciscanos Descalzos (Puerta del Sol) como portada del postigo. A comienzos del siglo XX no quedaban restos del postigo.
En frente del postigo estaba la ermita de San Antón y el Acueducto, y en el interior estaba la plaza de los Llanos, al lado de la fortaleza.


POSTIGO DEL SALVADOR

El postigo del Salvador sigue la línea de los de Santa María y San Antón, está flanqueado por una torre que se encarga de su defensa.



Este postigo es silenciado por los historiadores placentinos y solo se sabe de el por los Libros de Cuentas de Propios de la ciudad, los cuales dan noticias de sus cuidados; en 1.507 se mandaba " adobar la entrada del postigo Del Señor Sant Salvador”.

Este postigo fue restaurado en las últimas décadas del siglo XX  sin atenerse a ningún criterio ni respeto a las leyes de protección de las murallas. La persona responsable hizo una reconstrucción personalista de lo que fue el antiguo postigo. Aunque todas las puertas de la muralla son de granito y de medio punto, este postigo se hizo de ladrillo, de medio punto rebajado  y colocando una especie de vigueta uniendo  los lados del arco, cosa totalmente inusual, y fuera de lógica. Así mismo le colocó escudos nobiliarios extraídos de otros lugares y que nada tienen que ver con este postigo.

 

POSTIGO DE SANTIAGO

El postigo de Santiago se encontraba en las proximidades de la iglesia del mismo nombre (hoy Cristo de las Batallas). También este postigo ha sido olvidado por los cronistas de la ciudad, se sabe de el por las Ordenanzas de Plasencia en el siglo XVII en las cuales se obliga a tirar los desperdicios de las carnicerías " que lo echen aliende el Postigo de Santiago. La función del postigo quedó anulada al construir los Jesuitas su convento en esta zona, pues cortaron la calle de Cartas, que era la que terminaba en el postigo, y se lo anexionaron como puerta de uso privado del convento.


POSTIGO O PUERTA DEL CLAVERO.



Esta puerta del Clavero es de construcción moderna, pues no existía en la muralla dicha entrada. Parece ser que se hizo para servicio de los ciudadanos evitando dar un rodeo para llegar a la Corredera o desde esta a la calle del Sol.

 

PUERTA DE LOS CARROS

Esta puerta de los Carros nunca perteneció a las murallas de la ciudad, pues es la puerta de servicio que tenía el convento de los Jesuitas para salir desde su huerta con el ganado hacia las afueras de la ciudad.

En las tradiciones placentinas se la llamó “la Puerta de la Afrenta” pues por ella salieron los jesuitas al ser expulsados de España en el año  1767.



No hubo tal afrenta, pues era el sitio natural para que salieran los carros con sus pertenencias, y el trayecto más corto para llegar a la puerta del Sol.

La bajada de escaleras que existe desde la calle de las Cruces hasta la Plaza de san Pedro de Alcántara, nunca fue ninguna puerta de la ciudad. Esta perforación de la muralla la realizó el arquitecto municipal don Vicente Paredes, siguiendo un plan higienista,  para que se establecieran corrientes de aire que llegasen hasta las calles de las Rosas y la Plazuela de Carreteros y así sanearlas de las miasmas que en ellas se encontraban y que eran un foco de infección.

 


José Antonio Pajuelo Jiménez – Pedro Luna Reina.


                                          “CREANDO CULTURA”.


[1] Las historias de Plasencia dicen que fue el 20 de Octubre. Lo que está claro es que en la inscripción no pone 20. Hay una I y luego, parece una X  o una K, de Kalendas.

viernes, 27 de noviembre de 2020

JUANA DE SAN FRANCISCO.


JUANA DE SAN FRANCISCO.
                          
                              FRANCISCANA DESCALZA DE CASATEJADA.
        “FUNDADORA DE LA COMUNIDAD FRANCISCANA DE BELVIS DE MONROY”.


En la villa de Casatejada, en aquel tiempo aldea de Plasencia, vivían unos labradores honrados muy devotos de N.P. San Francisco. Unas de sus cualidades era el de hospedar a los franciscanos a los que ayudaban dándoles alojamiento y comida, en ello gastaban parte de los bienes que recibían de su trabajo. De entre sus hijos, destacó una, llamada Juana que, desde muy pequeña, le llamaba la atención la vestimenta de estos frailes, la cual consistía en un sayal,  y caminando con los pies desnudos y la cabeza cubierta  con una capucha para emprender el camino, de su convento de Berrocal de Belvis,  cuando terminaban de recoger las limosnas. En el tiempo que permanecían en la casa de los padres de Juana, aumentaba cada día la comunicación entre ellos, observando la niña en ellos poco aprecio a las cosas temporales, la pobreza de sus hábitos. De esta pobreza, y de las conversaciones que con ellos tenía, le crearon unas ansias grandes de dejar el mundo y servir a Dios.
Huía de todo lo más apreciable y toda su pretensión y diligencia era encontrar medios para vivir en la pobreza, y despreciada. Sus padres trataron de casarla y aunque Juana Díaz (que este era su nombre) resistió cuando estuvo de su parte, y en contra de su voluntad, por no faltar a la obediencia paterna, aceptó el deseo de sus padres, quedando en una viva confianza en su Divina Majestad, del que había de cumplirse los muchos deseos que a su alma le había comunicado.
Vivió casada, y de este matrimonio tuvo dos hijas. Al quedar viuda, no esperó más tiempo que el que necesitaba para casar a sus hijas, y dándoles toda la hacienda que poseía, se fue al Convento de San Francisco de Belvis, donde pidió con gran humildad el Hábito de la Tercera Orden. Como era conocida su virtud, tuvo poca dificultad en concedérsele, recibiéndolo de la mano del Prelado de aquel Convento, y mudó el apellido de su linaje por el del santo cuyo hábito había tomado y desde entonces se llamó Juana de San Francisco. Propuso en su ánimo imitarle en todas sus virtudes, y en especial en el de la pobreza.
Quedó descalza, no trayendo abrigo alguno en sus pies, ni dejándole para el cuerpo. Al volver a Casatejada, causó gran admiración el verla descalza y con el hábito franciscano, provocando en el pueblo un nuevo aprecio hacia su persona. El tiempo que estuvo Juana en Casatejada, lo dedicó a repartir a los pobres lo poco que había conseguido pidiendo limosna. 
Le hacía mucha falta un padre espiritual, que la gobernase en el camino que había emprendido, y no hallaba en su pueblo la doctrina y dirección que necesitaba.
Un grupo de mujeres, viendo sus virtudes, se unieron a Juana y la nombraron su maestra, se vistieron el sayal franciscano y decidieron irse a la villa de Belvis, cerca del convento para estar próximas a su director espiritual.
Estas mujeres se llamaban: Francisca de Santa María, María de Cristo la Hidalga, Lucía de los Ángeles, que, por su simplicidad fue llamada la Cándida y la Simple. En Belvis, vivieron como beatas en una pequeña casa, y se regían por la Regla de la Orden Tercera de San Francisco.1
Hallándose en este tiempo en dicha villa el Conde de Deleitosa, le llegó la noticia de la fama y de la virtud de estas Siervas de Dios, y tomó a su cuidado fomentarlas, dándoles una casa más cómoda que la que tenían. Fue creciendo la comunidad y viendo este devoto señor que necesitaban para su comunidad más capacidad, decidió hacer un convento, en que tendría su iglesia con el título de Santa Ana, dotándola también de Capellán que le dijese misa, y además de una huerta suficiente para las verduras que necesitaban.
Convento Franciscano del Berrocal. Belvis de Monroy.
Para que a sus hijas lo les faltara palio espiritual que necesitaban, dieron la obediencia al Guardián del convento del Berrocal. Acudían a él cuando había que confesar, y comulgar solamente, que era los domingos, los jueves y fiestas principales. De casa no salían si no era a este ministerio, o ejercitar alguna obra de caridad, y siempre acompañada por la compañera que le asignaba la Madre y con su licencia. Cuando iban al Convento, siempre iban descalzas: mortificación que usaron siempre y apretando la necesidad, usaban de unos choclos (zuecos) de madera. Salían en forma de comunidad muy concertada de dos en dos, los ojos clavados en la tierra, y guardando admirable silencio. Concluyendo en el Convento con el ministerio al que habían ido, después se bajaban a una dehesa, que estaba cerca, y haciendo unos haces de leña, los llevaban en la cabeza en la misma conformidad y compostura que habían venido.[i]
Se gobernaban en todo, tanto cuando salían de su casa, como en el trato que tenían en ella, al modo que los frailes de dicho Convento. Tenían su tiempo de oración, sus disciplinas de comunidad casi todos los días. Ayunaban en Adviento, y Cuaresma, con el demás ayuno de la Iglesia y la Regla franciscana. Se levantaban todas a la hora en que el Convento despertaba a los Maitines, que es a las doce de la noche, cuando el resto de la humanidad duerme y es la hora de rezar por ella; a esta hora tocaban su campana, y al silencio, “silencio monacal”, el silencio interior de cada uno, en todo se conformaban con las acciones Monásticas de nuestros frailes.
No permitieron que hombre alguno entrase en el interior de su casa ni que hablase con alguna, como no fuese padre o madre o hermano, y esto no dentro, sino en la portería, acompañada con otra, que señalaba la Madre que las gobernara. En los ratos y tiempo en el que no había oración, se ejecutaban en el trabajo, unas en la labor, otras en hilar o en tejer. En todo el año no comían carne, ni se guardaba cosa alguna para comer en aquel Oratorio; pan y alguna fruta era su sustento. Si alguna caía enferma, la llevaban al Hospital, que los Condes de Deleitosa habían fabricado para los pobres, con muy buena renta; en él tenían estas hermanas un cuarto determinado para que se curasen, separado de los demás pobres. Mientras estaban enferma otra hermana la asistía, y allí permanecía hasta que pudiese volver a su casa.
Llegó a esta Sierva Juana de San Francisco, la muerte; tuvo poco que hacer en quien tantos años sabía que estaba muerta, y amortajada para el Mundo. Fue ella como había sido su vida. Nos no refiere el manuscrito más singularidades, que el haber sido enterrada en el Convento Franciscano del Berrocal, junto a la losa de otra venerable Matrona, que en él yace, del que hace singular memoria el Memorial Franciscano del Convento. Con la muerte de esta venerable Madre, la nueva comunidad creada en Casatejada quedó en el desamparo, pero siempre con una buena confianza en el Señor a quién servían y en las oraciones, y méritos de la Venerable Madre, de que no las había de desamparar.
Convento de Santa Ana
Por aquel entonces D. Fernando de Monroy (II), hermano del Conde de Deleitosa, edificaba en la Villa de Belvis, un convento para las religiosas de la Orden de N.P.S. Domingo, con la magnificencia digna de su grandeza y de muy copiosa renta. El padre Alonso Fernández nos dice al respecto que en tiempos del obispo Tello de Sandoval (1578-1580), se fundó un monasterio de monjas de la Orden de Santo Domingo que se llamó Santa Ana,
No habían aún entrado en él religiosa alguna y como aquellos señores habían siempre favorecido a las hermanas Descalzas de aquel Oratorio, las ofrecieron el Convento, que se edificaba, en el que debían entrar Monjas.
Aceptaron la oferta con humilde resentimiento, pero no todas pudieron entrar, porque alguna de las que asistían a este Oratorio (Beaterio), eran mujeres casadas, y estaban sus maridos en las Indias. Las demás monjas, conmutaron sus hábitos de Terceras de San Francisco por el de Santo Domingo.
La síntesis de los rasgos que hemos trazado de Juana de San Francisco nos lleva a pensar que renunció a toda riqueza mundana para entregarse al dolor de los que sufren y padecen, con toda la atención a los necesitados y a enfermos. Fue Venerable Madre, Sierva del Señor, que yace injustamente en el olvido.

José Antonio Pajuelo Jiménez.

Biografía: Varones Heroicos en Virtud y Santidad. Año 1552-1591.  Fotografías: 1.- Convento del Berrocal de Belvis de Monroy. 2. Detalle de algunas obras de Arte pintadas, por religiosas en el Convento de las Franciscanas Descalzas de San Antonio. Trujillo. Fotografía 3.- Convento de Santa Ana. Belvis de Monroy.



[i] Hemos señalado la existencia de un beaterio previo al convento fundado. Así lo manifiesta Vicente Barrantes cuando habla de la fundación del convento de Santa Ana, que dice fue promovido por la venerable Juana de San Francisco. Esta era de Casatejada y creó el cenobio que andando los días pasó a poder de las religiosas dominicas.

[ii] Hijo del primer Conde de Deleitosa.

lunes, 16 de noviembre de 2020

Plasencia en la época de Fernando III el Santo.



 Conferencia impartida por la profesora Gloria Lora Serrano, en la semana Cultural del C.I.T. Octubre 2017.
        
A lo largo de este año se han venido celebrando en esta ciudad una serie de actos para rendir homenaje al pintor valenciano Joaquín Sorolla, con motivo del primer centenario de su presencia en Plasencia para pintar el célebre cuadro de El Mercado.
Pero en muchas capitales de España –y especialmente en las Universidades y otros centros de estudio- se está conmemorando otra efeméride muy relevante, como es el octavo centenario del acceso al trono de Castilla de Fernando III.
Con esta conferencia el CIT se suma a estas celebraciones en memoria de un monarca con el que Plasencia tiene contraída una deuda de gratitud, pues fue durante su reinado –y bajo su impulso- cuando se consolidó y culminó el gran proyecto de su abuelo Alfonso VIII el de Las Navas, que quiso crear una gran ciudad realenga y episcopal en los confines de su reino, a la que en principio se llamó Ambrosía y posteriormente Plasencia.
Y a pesar de que el rey puso todo su empeño en alcanzarlo, apenas si lo logró, dada la magnitud y las dificultades de la empresa, amén de los problemas que a comienzos de 1190 plantearon los almohades, el intransigente poder africano que dominaba en al-Andalus.
En fin, que esta tarde voy a tratar de dibujarles a grandes trazos -porque el tiempo recomendado para mi exposición no permite otro modo-  la figura de este monarca, a la par que les voy a bosquejar un cuadro lo más vivo posible Plasencia que a pesar de todas las dificultades empezaba a despegar en el primer tercio del siglo XIII, tanto desde el punto de vista urbanístico, como institucional, en su doble vertiente de ciudad realenga y episcopal, social y económico.
Fernando III fue un monarca afortunado en la guerra y en la paz, también parece que en el amor, lo que en la Edad Media no era un asunto frecuente. También fue un gobernante querido y respetado por su pueblo, tanto por sus súbditos cristianos, mudéjares y judíos, como por los príncipes musulmanes que aún vivían en el sur de España, que eran también sus vasallos. El rey falleció en el alcázar de Sevilla el 30 de mayo de 1252 y fue elevado a los altares el 6 de septiembre de 1671 por el papa Clemente X, si bien su fama de santidad le rodeó ya en vida.
A la gente de mi generación, los que aprendimos la Historia de España a comienzos de los setenta, Fernando III el Santo se nos presentaba como el prototipo del monarca español por su valentía, caridad, honor, fidelidad, trabajo y santidad. Hoy, en pleno siglo XXI, con la perspectiva y la distancia histórica que lógicamente impone el tiempo y sobre todo bajo la luz de los estudios que se han venido haciendo en las últimas décadas, su figura debe ser recordada por encima de cualquier consideración ideológica y política.
Y no sólo por el indudable atractivo que sigue suscitando ocho siglos después de su muerte, sino también porque los sucesos que acaecieron durante su reinado, afectaron profunda y de manera definitiva a la historia de Extremadura y por supuesto también a la historia de España. Y en los momentos que vivimos, tan necesitados de referencias serias y ponderadas al pasado que nos une y a la historia de la que somos herederos, es preciso recordar ciertas realidades.
Todo lo demás, no deja de ser una tendenciosa ucronía, un pudo haber sido, pero no fue, ajena por tanto a la verdad histórica. Porque la ciudad que conocemos y disfrutamos, con sus luces y con sus sombras de siglos, con el recuerdo de su pasado islámico, se gestó, tras un largo y difícil proceso de castellanización y repoblación iniciado por Alfonso VIII en 1186 y continuado por los monarcas que le siguieron, especialmente por su nieto Fernando y su bisnieto Alfonso X el Sabio.
         Y volvamos la vista atrás, en concreto a comienzos del otoño de 1214, cuando en la aldea de Gutierre Muñoz, en el término de Arévalo, Alfonso VIII expiró tras una rápida enfermedad. En el momento del óbito el rey se encontraba rodeado por gran parte de su familia, entre la que se incluía un adolescente de trece años, su nieto Fernando, que era el tercer vástago de los cinco que tuvieron Alfonso IX de León y su esposa Berenguela de Castilla, hija de Alfonso VIII y de Leonor Plantagenet. Nadie de los presentes en la cámara mortuoria podía imaginar que un cúmulo de circunstancias iba a posibilitar que ese joven ciñera las coronas de Castilla y León, cuyos destinos habían sido separados en 1157 por voluntad de su tatarabuelo, Alfonso VII.
         La vida de San Fernando se conoce con detenimiento, si bien ciertos aspectos de su proceder deben de contemplarse a la luz de las nuevas investigaciones. En este sentido se va a tratar de un Santo, pero también de un gran Hombre de Estado, que logró la más fabulosa expansión reconquistadora llevada hasta entonces a efecto por los cristianos, a la par que sus reinos alcanzaron un espectacular crecimiento institucional, económico y social.
         Y cuenta la historia que el día de San Juan de 1201, vio la luz un infante leonés en un monte situado entre Salamanca y Zamora. Lo insólito del acontecimiento, pues los hijos de los reyes nacían generalmente en palacios, explica el sobrenombre de Montesino con el que la gente, andando el tiempo, conocería a Fernando III. Ahora bien, ni la fama ni el honor que alcanzó, pueden hacernos olvidar el largo y tortuoso camino que tuvo que recorrer para conseguirlo.
Y, para empezar, problemas de legitimidad dinástica, pues el matrimonio de sus padres había sido declarado ilegítimo por la Iglesia al haberse celebrado sin la necesaria bula de dispensa, puesto que Alfonso y Berenguela eran tío y sobrina. En consecuencia, Inocencio III en 1203 declaró espúrea la prole nacida de esta incestuosa unión y en consecuencia todos los hijos quedaron incapacitados para heredar el trono leonés, como tampoco lo podían alcanzar los habidos del primer matrimonio de Alfonso IX, celebrado en 1191, con su prima hermana Teresa de Portugal. Me refiero al infante –también llamado Fernando- y sus hermanas Sancha y Dulce.
En la primavera de 1204 –anulado pues su matrimonio- doña Berenguela volvió al reino de Castilla junto a sus padres, dejando atrás al pequeño Fernando al cuidado de su nodriza, una leonesa llamada Teresa Martínez, de quien aprendió las primeras palabras en el dialecto leonés, que se mezclarían con el castellano de su madre, pues bien pronto el infante marchó también a Castilla junto al que fue su gran valedor, su abuelo don Alfonso que tiempo después, tras arduas negociaciones –y por encima de la opinión de la Iglesia- logró que Alfonso IX de León le reconociera como su sucesor, posponiéndose por tanto los derechos de su hermanastro Fernando, el hijo de la portuguesa Teresa.
A pesar de su condición de heredero leonés el infante prosiguió en Castilla; de forma esporádica veía a su padre, cuando éste había de viajar al vecino reino para solucionar asuntos de calidad. Sin embargo las buenas relaciones entre Alfonso y Berenguela –que seguramente iban más allá de lo político- empezaron a agriarse a partir de 1211, tiempo en el que su hermanastro Fernando el Portugués, que por entonces contaba con doce años, frecuentaba con alarmante asiduidad los círculos cortesanos leoneses, titulándose primogénito de Alfonso IX, lo que era una forma de recordar que a él le correspondía por derecho natural la corona, a pesar de los dispuesto por su padre.
Durante 1212 el hijo de doña Berenguela vivió en la corte castellana los esfuerzos, los temores, las esperanzas y finalmente el júbilo de la jornada de Las Navas, uno de los momentos más señalados y decisivos de la Reconquista. Y, como acabo de señalar, en septiembre de 1214, fue testigo junto al resto de la familia real de la muerte de su abuelo Alfonso. Semanas antes, antes otra imprevista muerte, en este caso la de su hermanastro, había allanado su camino hacia el acceso al trono de León.
Por esta razón a partir de la primavera de 1216 el infante residía en León, junto a su padre, ya que estaba a punto de alcanzar la edad de iniciar su formación como caballero. Pero el azar cambió completamente su vida pues un día, que la historia no ha consignado con exactitud, pero que gira en torno al 26 de mayo de 1217, Enrique I, el niño-rey que había subido al trono que dejó vacante Alfonso VIII debido al temprano fallecimiento de sus hermanos mayores, fue herido de muerte por el impacto en su cabeza de una teja que se desprendió de una torre del patio del palacio del obispo de Palencia, donde estaba jugando con otros donceles nobles. De este modo la corona castellana recaía indefectiblemente sobre su hermana mayor, doña Berenguela, pues según el derecho sucesorio en Castilla las hembras podían heredar el trono.
En el momento de accidente de su tío Fernando continuaba en el reino de León, concretamente en la ciudad de Toro. Previendo los problemas que a continuación explicaré, doña Berenguela hizo traer a su hijo a toda prisa a su presencia, pues tenía el temor bien fundado de que Alfonso IX intentara reclamar la corona castellana para sí, una posibilidad más que posible en virtud del ya lejano tratado de Sahagún de 1158, firmado entre Sancho III de Castilla y Fernando II de León.
La mayor parte de los relatos históricos cuentan, con tintes novelescos, los trepidantes episodios que sucedieron en estos días, entre ellos la llegada a la villa castellana de Autillo del infante, aproximadamente el 10 de junio, en medio del más estrecho sigilo, sin que su padre sospechara la gran partida que se estaba jugando a sus espaldas. Pero como la decisión de proclamarle rey, adoptada de común acuerdo entre la reina y los nobles castellanos, precisaba de la aprobación de los representantes de las ciudades, doña Berenguela, el infante y sus consejeros iniciaron una rápida marcha y después de mil peripecias por tierras de la Vieja Castilla la comitiva llegó a Valladolid.
El triunfalismo de las crónicas al narrar la coronación en una gran explanada fuera de esta ciudad, en el mismo lugar donde en la actualidad se alza la Plaza Mayor, el día 2 o 3 de julio de 1217, no debe ocultar las complejas negociaciones que hubieron de llevarse a cabo, aunque al final se llegó a una solución de compromiso y doña Berenguela, condicionada por la voluntad de los magnates y de los representantes del pueblo, renunció a la corona en favor de su hijo, si bien hasta su muerte acaecida el diez de junio de 1246, recibió honores y consideración de reina y desempeñó un papel destacadísimo en la vida política.
Las ceremonias de Valladolid no trajeron la paz al reino. Por el contrario, el monarca y sus consejeros hubieron de hacer frente a varias amenazas, especialmente a la representada por su padre, que tenía sobrados motivos para sentirse engañado y que además había visto como la corona de Castilla se le había escapado de las manos.  También de cierto sector de la nobleza, no contenta con esa coronación, pero el peligro fue conjurado y la paz se impuso en el verano de 1218, tras un año, el de 1217 de tan gran tensión quanta nunquan fui tantea in Castella, como dejó escrito el autor de la Crónica Latina, el obispo Juan de Osma[1]
En ese año de 1218, desde Roma, el nuevo papa Honorio III, liquidó el viejo problema dinástico, al afirmar que Alfonso IX había nombrado heredero al trono al hijo de doña Berenguela, aunque no como fruto de un matrimonio disuelto, sino –y cito palabras textuales- adoptándolo solemnemente por hijo conforme a la costumbre del reino. El documento pontificio es una sublime muestra de la diplomacia vaticana en su más puro estado.
         Se posee un vívido retrato del monarca gracias a las descripciones de las fuentes literarias y al estudio de su momia. Era un hombre apuesto y bien proporcionado físicamente. No hay ningún dato concreto sobre el color de su tez y de sus ojos, pero posiblemente sería rubio, como otros familiares cercanos, de los que sí tenemos certificación del color de su pelo. Su estatura rondaba los 1,75 metros.
         En cuanto a sus rasgos morales la Crónica Tudense resalta que era un hombre dulce, pero con sentido político, unos rasgos que curiosamente también subraya el cronista musulmán al-Himyari. En el Libro Setenario, se dice que tenía principios corteses e palaçiagos en el comer, beber y dormir. Fue muy amante de la música, tanto de la religiosa como de la cortesana, de la poesía y se sabe de su afición por la caza y por los torneos caballerescos. También disfrutaba con los juegos de tablas, me refiero al ajedrez y las damas, que servían para entretener las largas veladas de invierno de la corte y de la familia real.
         Como hombre de gran fe, atribuía el mérito de sus éxitos a Dios. Fernando III fue ante todo un gran devoto de Santa María, considerándose su siervo: Sancta María, cuyo siervo nos somos, repiten de forma insistente los documentos emitidos en la cancillería real. Y a Santa María dedicó todas y cada una de las mezquitas aljamas de las ciudades que conquistó, entre ellas la de Capilla, en la Serena, la primera conquista que hizo en tierras extremeñas y la de Trujillo. Y, desde luego, como buen español del siglo XIII, el siglo de la Reconquista por antonomasia, fue un gran defensor del culto a Santiago, lo que por otra parte era lo normal de un monarca hispano y de un hombre cristiano, que se consideraba miles christi, cuya misión no era otra que luchar y sufrir a servicio de la Cristiandad.
         Rey legítimo pues, bendecido por la Iglesia, aclamado por su pueblo, la siguiente cuestión a resolver era la de su matrimonio para garantizar la continuidad de su dinastía, una importante cuestión de estado que doña Berenguela trató de solucionar con suma delicadeza. Y como conocía en primera persona los problemas que podían venir si casaba con alguna princesa hispana, francesa o inglesa, con las cuales no cabía ninguna duda de que tenía contraídos vínculos de parentesco, doña Berenguela buscó bien lejos. La escogida fue la princesa Beatriz, sobrina del emperador alemán-  y nieta del bizantino. Así pues, no sólo se evitaban roces con la Iglesia y la amenaza de una futura disolución del matrimonio, sino que el rey de Castilla entroncaba con las dos grandes familias imperiales de la Cristiandad, los Staufen y la que gobernaba en el Imperio Romano de Oriente.
A mediados de 1219 una embajada castellana presidida por el obispo de Burgos, don Mauricio, se encaminó hacia el Imperio para obtener de Federico II su consentimiento y, tras las oportunas negociación, a comienzos del otoño el obispo emprendió el camino de vuelta con la novia, a quien Jiménez de Rada describió como nobilis, pulchra, composita, prudens, dulcissima, excelente, hermosa, prudente y discreta, unas cualidades que también se resaltan en la Crónica Latina. Tenía por entonces 21 años mientras que su prometido contaba con 18. La boda se celebró con gran aparato el 30 de noviembre de 1219 en la catedral de Burgos.
La unión fue muy fecunda, diez hijos, siete de ellos varones, algunos de cuyos nombres, Fadrique, Enrique, Manuel, resultaban extraños en la onomástica castellana, pero recordaban el origen germano-bizantino de su madre.. Gran parte de su tiempo doña Beatriz la pasó en Burgos, en Las Huelgas, donde gozaba de la paz y del contacto con las novedades culturales e intelectuales de Europa, en buena parte traídas por los francos a la ciudad. Y allí educó a sus hijos, bajo la dirección de don García Fernández de Villamayor, el mayordomo de doña Berenguela. Ambas reinas, de vez en cuando, abandonaban su plácido retiro para acompañar al rey en actos de gobierno.
En el otoño de 1235 la vida parecía sonreír a don Fernando y nada hacía presagiar la tragedia familiar que significó la repentina muerte en Toro de doña Beatriz a la temprana edad de 37 años.
Dos años después de enviudar don Fernando contrajo un segundo matrimonio –con el fin de que la virtud del rey no se menoscabase con relaciones ilícitas-con Juana de Pontís, de quien Jiménez de Rada, que parece que estaba dotado de cierta capacidad de observación de las féminas de la Corona, dejo escrito que era muy guapa. De esta segunda unión nacieron cinco hijos, con lo cual San Fernando tuvo en total quince hijos de legítimos matrimonios y no se le conocen bastardos, lo que en la Castilla del momento era una rareza.
         Pero las facetas más destacadas del Santo Rey han sido las del monarca que reunificó definitivamente los reinos de Castilla y León, del buen legislador y del mayor conquistador.
         La coronación de don Fernando como rey de Castilla significó un enfrentamiento con su padre, que a comienzos del verano de 1219 determinó que el trono de León pasara a favor de sus hijas, las infantas Sancha y Dulce. Afortunadamente no todos sus súbditos pensaban igual, lo que explica la relativa facilidad con la que Fernando III de Castilla, a la muerte de su progenitor, acaecida en 1230 pudo hacerse con la corona de León al contar con el apoyo de los concejos y de la mayor parte de la nobleza leonesa, que mostraron con esta actitud una inteligente postura. En todo caso la renta vitalicia que el rey ofreció a sus hermanas, 30.000 mrs. anuales fue determinante en el establecimiento del acuerdo.
         La definitiva unión política de Castilla y León que tanto significó en otros asuntos del reino no tuvo una especial relevancia en la historia de Plasencia, una ciudad que tras una difícil gestación empezaba a florecer, si bien quedaban aún bastantes problemas que resolver.
         Desde el punto de vista urbanístico la ciudad conoció grandes cambios a partir del nuevo reinado. La muralla con su antemural quedó finalizada, si bien se modificó su disposición original de época islámica, pues fue ampliada para acoger el arrabal de la Magdalena y reforzada por la construcción de unas torres semicirculares llamadas cubos.
         El viario siguió configurándose en torno a la Plaza, en la que desembocaban las cinco calles que conducían hasta las respectivas puertas con las que contaba la cerca. El alcázar o castillo de la ciudad, se ubicaba al noroeste, en la parte más elevada de la cerca, pero también la más indefensa. Del inicial callejero de época alfonsí no hay noticias más allá de la información del inicio de la construcción de algunas parroquias, por ejemplo, San Martín, y de la existencia de pequeñas ermitas e iglesuelas, que fueron los templos que en principio usaron los colonos, entre ellas la de la Magdalena.  Los pobladores, se asentaron en dos puntos de la ciudad: uno junto a la Torre del Ambroz, en el entorno de la fortaleza, y el otro hacia el sureste, en el interfluvio del Nieblas con el Jerte.
         En los inicios del gobierno de Fernando III la red viaria se empieza a conocer con más concreción. Se sabe por un documento de 1218 de la calle de La Mota, lo que indica su ubicación y relación con el alcázar; en esa vía existían unas casas propiedad de la Orden de Calatrava[2].
         El crecimiento urbano de Plasencia en época del rey Santo se muestra con todo su esplendor en el nacimiento de un barrio extramuros, lo que se conoce como Arrabal del Jerte. La remisión del peligro almohade a partir de 1212, que permitió a la población placentina abandonar el amparo de las murallas y poblar nuevos espacios fuera de la cerca estuvo en el origen del populoso barrio de tiempo después. De esta forma antes de 1230 existía en el Arenal del Jerte una pequeña iglesia, la de Santa Catalina del Arenal, que fue utilizada por los primeros franciscanos que llegaron a la ciudad como convento, el de Santa Catalina, el primero de los que hubo una ciudad. Y casi a la vez y a muy escasos metros, se elevó el de San Marcos, poblado por monjas cistercienses. También del periodo fernandino son las ermitas de San Andrés, Santa María de Fuentidueñas y San Bartolomé, elevada al noroeste de la ciudad; estas dos últimas bajo jurisdicción de la orden de Calatrava. Unidas a las de la época alfonsí, las ermitas se convirtieron en importantes centros cultuales, mientras lentamente se edificaban las parroquias.
         Muy importante para los vecinos fue la restauración por los templarios del Puente de Alcónetar, una ingente obra de ingeniería que se acometió en este reinado. Gracias a ella, se posibilitaron las comunicaciones con el sur peninsular[3].
         En lo que se refiere al término hay que señalar algunas novedades, todas relacionadas con su defensa. La fundación en enero de 1209 de la Comunidad de Villa y Tierra de Béjar, significó el inicio de una serie de problemas interconcejiles que se añadieron a los que se habían planteado desde años antes con la comunidad de villa y tierra de Ávila, de cuyo enorme alfoz se habían segregado los de Plasencia y Béjar.
         Los conflictos se sucedieron no sólo porque se cortaba en seco a los caballeros abulenses la posibilidad de efectuar expediciones de saqueo sobre el territorio musulmán, hasta entonces fuente extraordinaria de botín, sino también –y esto era mucho más importante- por la pérdida de parte de los ricos pastizales de ambas vertientes del Sistema Central. De esta manera, dichos enfrentamientos, que se detectan desde el final del reinado de Alfonso VIII, se prolongaron y recrudecieron durante el de su nieto.
         Pero más allá del recuento de estos conflictos, bien reseñados en los documentos, hemos de resaltar la necesidad de la institución municipal placentina de organizar el espacio sobre el que ejercía su jurisdicción en unos momentos de empuje demográfico y de crecimiento económico, al amparo de una época de buenas cosechas, de paz interior y de las treguas fijadas con los musulmanes. Se hacía preciso, pues, encontrar acuerdos que permitieran resolver los problemas entre los concejos, me refiero, por ejemplo, a los que atañían a conseguir la libertad de movimientos de los vecinos de las diferentes comunidades. Pero sobre todo Plasencia debía con premura ordenar el desarrollo de la ganadería trashumante en ambas laderas del Sistema Central y en la Transierra y obtener un mejor aprovechamiento de los prados y de los montes. Finalmente, se necesitaba, así mismo con urgencia, proteger los rebaños trashumantes amenazados por los golfines, un problema que se prolongó a lo largo del siglo XIII.
         Pero no era fácil encontrar soluciones por los intereses encontrados, de manera que ante la falta de entendimiento entre los pastores de Béjar y Plasencia hubo de actuar Fernando III con la emisión de una sentencia dada en Sevilla en 1248. El veredicto real no podía contentar a las oligarquías de la ciudad, dueñas de dehesas y de ganados, puesto que les recordó la vigencia de una ley de época de su abuelo que permitía a los ganaderos bejaranos llevar a pastar sus ganados a los pastizales placentinos y además no tener que pagar el montazgo, con lo cual también disgustaba a la autoridad municipal. La sentencia real si se ejecutó fue de forma parcial, de manera que Alfonso X hubo de recordarla y confirmarla.
         Los enfrentamientos con el concejo de Ávila, concretamente por la defensa del territorio que se iniciaron a comienzos del siglo XIII llegaron a tal grado de intensidad que en 1248 Plasencia se alió mediante una carta de hermandad con la villa de Talavera. El documento no puede ser más expresivo de la situación, pues los vecinos de ambas ciudades declaraban las muchas fuerças, e a muchas tuertos, e a muchas soueruias que sofrimos e auemos sofrido grant sazón he de muchas guisas del conçejo  d’Ávila[4].
En este caso no sólo se trataba de la explotación de los pastos sino especialmente de la repoblación del término, lo que en principio, podría significar avances en el proceso repoblador iniciado tiempo atrás, eso sí, con muy escasos resultados y reiniciado a comienzos del reinado de Fernando III, pues en 1218, el concejo de Plasencia entregó al maestre de Calatrava el castillo de Miravete para que lo defendiera y repoblara[5].
Ahora bien, esta donación puede ser interpretada desde otra óptica, como es la de la incapacidad de la institución municipal para llevar a efecto una tarea descomunal, que sí podrían llevar a buen puerto la orden militar de Calatrava, dotada del suficiente potencial humano y económico como para poblar un lugar muy peligroso, Miravete,  en la frontera más inmediata con el Islam, pero cuyo dominio significaba el control sobre las vías de comunicación al sur del Arañuelo.
Los conflictos con Ávila por la defensa de los términos llegaron a su culmen a fines del gobierno de Fernando III. En efecto, el 15 de agosto de 1221 el rey –ex assensu et beneplácito domine Berengarie regine- dice el documento, confirmó al concejo de Plasencia los términos que le había concedido su abuelo, pero le le añadió el castillo de Belvís con su término, para que lo repoblara y explotara sus tierras[6]. Las antiguas protestas de Ávila, pues ese territorio era parte de su alfoz, se volvieron a recrudecer cuando Plasencia inició su repoblación en una fecha incierta, pero posterior a 1221 pero fue mucho más allá de su territorio, de manera que ……..
         A la luz de la documentación la sociedad de la época de San Fernando era bien diversa, tanto en su articulación como en lo que afecta sus orígenes geográficos y sociales. Además ya se puede identificar a bastantes de sus componentes y también a sus descendientes, muchos de los cuales tuvieron una gran significación en la sociedad medieval placentina
         En algunos lugares he escrito que en ciertas historias y crónicas medievales, así como en libros de genealogía, se afirma que los primeros colonos de Plasencia eran descendientes de grandes señores castellanos. Y no sólo eso, a algunos incluso se les adjudica una ascendencia real, como es el caso de los Monroy, a quien Esteban de Tapia, fray Alonso Fernández o Alonso de Maldonado les hacen descender de las casas reales de Castilla o Francia.
         Pero no es eso lo que se contiene en los documentos. Porque una cosa es que en un gran personaje, un rico hombre castellano, por ejemplo, durante un tiempo esté en la ciudad y otra muy distinta es que sea su vecino. Y les pongo un ejemplo bastante significativo:
         En la Primera Crónica General, en los Anales Toledanos Primeros y en el Bayan se afirma la presencia en Plasencia de Alfonso Téllez de Meneses en 1196. Y posiblemente así fue, porque al dilecto e fideli vasallo de Alfonso VIII y también uno de los hombres de mayor confianza de la reina doña Berenguela y de su hijo Fernando, le fueron encomendadas importantes misiones en la guerra contra el Islam peninsular, lo mismo que hicieron su padre y su hermano don Tello. Y nada más lógico que estuviera en Plasencia en 1196, para defenderla del gran ataque almohade que casi la destruyó. Pero ni fue su vecino ni su descendencia quedó en la ciudad, aunque sí en Extremadura, pues don Alfonso fue el definitivo conquistador de Alburquerque en 1218  y su señor.
         Los orígenes de la caballería de Plasencia permanecen en la obscuridad, que se hace mucho más espesa cuanto más nos remontamos en el tiempo. Por otro lado, ha de tenerse en cuenta la organización interna  de ese complejo grupo social, donde se encuentran tanto a los grandes señores del reino, los rico omes, como a los más sencillos caballeros.
         En la cúspide de la sociedad placentina de la  primera mitad del siglo XIII estaban los cabezas de ciertos linajes de origen leonés, lo que se explica por dos razones: en primer lugar porque doña Berenguela había sido durante seis años reina de León y consta la presencia de nobles leoneses en Castilla tras la disolución de su matrimonio. Estos exiliados formaron parte de su propia corte o casa real de índole personal, en la que pululaban una serie de servidores encargados de la administración de sus propiedades y de sus necesidades personales, entre ellos un mayordomo, su capellán personal, el repostero o despensero y otros oficiales menores que se engloban bajo la expresión de hombres de la reina o de su criazón.  También estuvo servida por merinos, notarios, escribanos y capellanes.
         Entre la nómina de los servidores de la casa de doña Berenguela hay varios personajes que por diversas razones y en distintos momentos del reinado estuvieron relacionados con Plasencia: me refiero al ya citado Alfonso Téllez de Meneses, a Gonzalo Ruiz Girón, que fue mayordomo de Alfonso VIII, de su hijo Enrique I y de su nieto Fernando III, pero sobre todo el hombre de la mayor confianza de doña Berenguela, a quien sirvió sin desmayo hasta su muerte acaecida alrededor de 1234 y a su mayordomo personal don García Fernández de Villamayor, también un fiel servidor de primera hora a quien nombró ayo de su nieto Alfonso X.
         A la cabeza de esta sociedad caballeresca se ha documentado con claridad a don Diego González de Carvajal, pero a día de hoy es muy difícil fijar su filiación por la contradicción entre los documentos de archivo y las obras de carácter genealógico que le relacionan con el ya nombrado mayordomo real Gonzalo Ruiz Girón.       
         En la documentación de archivo que he logrado manejar, donde se registra la numerosa prole del mayordomo, siete hijos de su primer matrimonio y otros siete del segundo, no hay ningún vástago llamado Diego.
         Pero no me cabe duda de la relación de parentesco, más o menos estrecho del Carvajal placentino con el gran sostenedor de Fernando III, una relación que facilitó su implantación en Plasencia como hombre del rey o de doña Berenguela, a quienes sirvió de diversos modos, entre otros en la conquista de Baeza. De ahí las mercedes que obtuvo del rey, entre ellas solares y casas en Plasencia, el lugar de Serradilla y tierras en el alfoz, bienes que dos siglos después seguían disfrutando parte de sus numerosos descendientes.
         Pero hay otro dato que teniendo en cuenta la mentalidad de la época no se puede desdeñar y que viene en apoyo de la tesis, porque por ahora sólo es eso, de la relación de don Diego con el mayordomo real de don Fernando. Me refiero la estrecha relación del mayordomo Gonzalo González con la orden cisterciense, donde ingresaron varias de sus hijas. Como es de sobra conocido don Diego, el de Plasencia, fue el fundador del único cenobio de la Orden en Extremadura.
Leoneses eran también los Monroy, otro de los grandes linajes de Plasencia que se avecindan en la ciudad, según la tradición en 1186, según la documentación en un momento indefinido, pero tras la definitiva conquista de Cáceres de 1229. Pedro Fernández y Mayor de Saavedra, los primeros Monroy que consta que eran vecinos de esta ciudad tuvieron una amplia descendencia. Su segundogénito fue don Nuño Pérez de Monroy, el placentino más importante no sólo de su época sino posiblemente de la Edad Media.
También en la época que trato se instaló en Plasencia el ancestro de los señores de Almaraz. En este caso estamos hablando de un gallego, de la comarca de Limia, llamado Antón Durán, que fue alcaide de Béjar. A fines del reinado de Fernando III o comienzos del de su hijo el rey Sabio vivía en Plasencia don Durán, el primer alcalde del rey que he documentado, aunque en ningún testimonio de archivo se especifique que era vecino de la ciudad, lo que se podría explicar porque como oficial del rey debía acudir al lugar donde se le requiriese. Don Durán estaba vinculado al mayordomo de doña Berenguela, García Fernández de Villamayor.
En una fundación castellana hubieron de acudir a poblar gentes de este reino, especialmente del obispado de Ávila, donde el célebre Pedro de Tajaborch hubo de reclutar a los primeros colonos. Y también de Burgos y de Cuenca, origen geográfico de los dos grandes prelados, don Bricio y don Adán quienes con seguridad se hicieron acompañar de gentes de sus lugares de origen. Ellos formarían parte importante de la aristocracia religiosa ligada al cabildo catedralicio que vivió desde un primer momento en la Plasencia que unida a la caballería procedentes de las órdenes militares con presencia en Plasencia, especialmente los calatravos, formaron las élites de una sociedad  caballeresca extraordinariamente rica en su composición.

         No es cuestión de dar un listado de nombres, que lo hay, pero en el estado actual de la investigación poco más se conoce de ellos que su nombre y la participación en la gran tarea del reinado de Fernando III, la lucha contra el Islam andalusí. Precisamente la mejor expresión de la madurez de la sociedad de Plasencia y de sus instituciones religiosas y civiles se encuentra en ello.
         A partir de 1225 la inclusión de gentes del obispado en las huestes reales fue frecuente: constan en la campaña de ese año y del siguiente por el Alto Valle del Guadalquivir, que tuvo como resultados más sobresalientes la primera conquista de dos medinas de singular importancia geoestratégica, como eran Priego y Loja, en las sierras Subbéticas y en la ocupación de Baeza, el 30 de noviembre de 1226. Genealogistas y Crónicas antiguas incluyen entre los caballeros castellanos que participaron en la toma de Baeza a los Durán y Carvajales; tras la conquista algunos de estos Carvajales no volvieron a Plasencia y constituyeron en tierras andaluzas nuevos linajes[7]
         En 1230, tras ser reconocido como rey de León, Fernando III centró su objetivo en la conquista del Valle del Guadalquivir, un proyecto que se vio favorecido por la situación de al-Andalus, que se deshacía por culpa de las rivalidades entre sus gobernantes. Por esta razón fueron las Órdenes Militares y las milicias del concejo de Plasencia dirigidas por su obispo don Adán las que ocuparon los territorios adjudicados a la diócesis de Plasencia que aún estaban en poder del Islam, entre ellos Trujillo, que cayó en el mes de enero de 1233, Santa Cruz y Medellín en 1234. La presencia del obispo al frente de sus tropas es de lo más natural: y no sólo porque se trataba de recuperar para el Islam un espacio que se integraba dentro de su jurisdicción, pues la diócesis de Plasencia desde su fundación abarcaba un enorme espacio que incluía desde Béjar hasta Medellín, sino que actuaba en nombre del rey.
         En este sentido hay que recordar que en la Edad Media, entre los deberes pastorales estaba la defensa del reino. Y también hay que resaltar que don Adán no sólo recuperó esta gran parte del territorio diocesano sino también –y eso es lo más importante- que la conquista posibilitó la restauración de su cultura de tradición cristiana, europea y occidental, perdida tras la invasión islámica del año 711. Desgraciadamente, en los registros literarios de la época apenas si se detallan los hechos de ambas conquistas, pero es más que probable que fuera el propio don Adán quien consagrara al culto cristiano la mezquita aljama de Trujillo en honor de Santa María.
         En el invierno de 1235 Fernando III se encontraba en Benavente, donde recibió la sorprendente noticia de la entrada en Córdoba de un grupo de almogávares cristianos.  Con un puñado de consejeros salió de Benavente camino de Zamora, <<Si alguien es mi amigo y mi vasallo, que me siga>>, exclamó el rey antes de abandonar las tierras zamoranas camino de Andalucía como un águila que vuela hacia la presa…. no concediéndose descanso ni de día ni de noche, a través de una tierra inviable y desierta, lleno del celo de lo Alto, llegó a Córdoba. El pasaje de la Crónica Latina -igual que otras fuentes históricas que narran el episodio- constituye una preciosa muestra no sólo de la férrea voluntad de un monarca valeroso, sino también de su confianza en la Divina Providencia[8]. Y es un pasaje muy fiel a la realidad histórica.
Don Fernando –acompañado por un pequeño grupo de caballeros- teniendo en cuenta las inclemencias del tiempo tomó la ruta más directa, que le llevó por Salamanca, Béjar, Plasencia, Cáceres y Mérida. Desde allí, atravesando las fragosidades de Sierra Morena, llegó al campamento cristiano establecido junto al puente de Alcolea el 7 de febrero, en el que le esperaban las huestes que a toda prisa iban llegando desde los más diversos puntos del reino. El asedio terminó cuatro meses más tarde cuando la situación se hizo insostenible para los musulmanes. El día convenido -29 de junio de 1236- el príncipe Abu-l-Hasan entregó las llaves de la ciudad de la que salieron todos los moros y el lunes 30 de junio de 1236, a la mañana, se celebró la primera misa en la catedral en presencia del rey y de su séquito. Don Adán fue uno de los tres obispos que restauraron el culto cristiano en un lugar dona según la tradición había existido una iglesia visigoda. Y muchos placentinos, los que formaron parte de la milicia, también estuvieron presentes, posiblemente sobrecogidos ante la majestuosidad de la mezquita aljama. Nueve siglos después la Puerta de Plasencia de las murallas de Córdoba recuerda la intervención de sus gentes en la caída de la antigua capital califal.
         En 1245, tras un durísimo cerco de más de siete meses se conquistó Jaén y en torno a 1246 se dispuso el asedio de la más importante de las ciudades andalusíes, para lo cual hubieron de tomarse las comarcas cercanas, en medio de terribles episodios. En agosto de 1247 las tropas castellanas acamparon frente a Sevilla, en el llano de Tablada, mientras que las naves cántabras, traídas por el almirante Ramón Bonifaz, mediado el mes de agosto, fondearon cerca de la desembocadura del río Guadaira y bloquearon los accesos a la ciudad por el Guadalquivir.

 El largo asedio de más de 16 meses estuvo jalonado de múltiples episodios que dieron lugar a una guerra de desgaste que cambió el paisaje sevillano al ser éste completamente razziado una y otra vez: fue así mismo una guerra que provocó muchas muertes, pues numerosas aldeas y alquerías del entorno fueron destruidas por completo. El verano de 1248 fue especialmente penoso pues los sitiadores además de la guerra continua tuvieron que soportar tórridas temperaturas; evidentemente peor fue para los sitiados, desfallecidos por el hambre: Ibn al-Jatib dejó escrito cómo los sevillanos andaban ebrios, sin estar ebrios y murieron muchos de hambre; faltaron los alimentos de harina y cebada y la gente comió pieles. Las negociaciones se iniciaron a comienzos del otoño de 1248 y fueron bien largas y difíciles. La ciudad capituló el 23 de noviembre de 1248.
Fue el más largo de los cercos de la historia de la reconquista y el que exigió el mayor número de combatientes y, por supuesto el más caro. Los moros sevillanos, igual que los musulmanes de Córdoba y Jaén, hubieron de abandonar la ciudad, aunque se les autorizó a llevarse sus propiedades muebles
         Los cronistas de la época narran por extenso bastantes de estas conquistas. Pero por mucho que lo hacen, la grandeza de las armas castellanoleonesas no es fácil de captar para nosotros, gentes del siglo XXI, incapaces de percibir el grado de dificultad que implicaba la caída o rendición de una ciudad bien fortificada, pues a pesar de las Bulas de Cruzada, de la participación de las Órdenes Militares, de las milicias concejiles, de caballeros foráneos, del expolio y devastación contante del territorio de los enemigos, de la ayuda material de la Iglesia, tanto en la aportación de gentes como de dinero, la empresa, sin armas de fuego, era muy difícil de culminar. No podemos imaginar los padecimientos de estas gentes por la crudeza del invierno o por las fuertes lluvias, sin olvidar el sufrimiento por las larguísimas distancias que habían de recorrer hasta la frontera o el infierno que pasaron por el tórrido calor los placentinos que participaron en la toma de Sevilla.
         No se conoce el nombre de ninguno de los placentinos que participaron en la conquista de Córdoba, pues el Libro del Repartimiento de la ciudad, donde hubieran quedado reseñados se perdió. En relación con esto hay que recordar que el monarca dotó generosamente con importantes donaciones rústicas y urbanas a todos y cada uno de los que habían participado en la conquista, igual que continuó haciendo en las sucedieron después. Afortunadamente la completa conservación del de Sevilla sí que nos permite conocer a ciertos caballeros, los hermanos Alvar, Nuño Núñez, Pedro y Gonzalo, hijos del freyre, les llama el documento, los ballesteros Juan Gil, Sancho Martín y Pedro Amador, que junto al célebre Benito Pérez el Ballestero, recibieron tierras en el Aljarafe y en la Campiña sevillana, los capitanes Polo Martínez, Pedro Amador y Sancho Polo y el montero Pedro Durán recompensado con tierras cerca de Utrera, donde consta que se quedó pues al margen de todas estas conquistas, el rey Fernando se afanó en la organización y repoblación de las ciudades y sus términos, a la que los cristianos se sintieron atraídos como <<a bodas reales>>, por el atractivo que suscitaba el fértil Valle del Guadalquivir.
         Los demás es posible que regresaran a la ciudad de donde partieron no sólo en defensa de su reino sino también en defensa de su fe. Y con una explicación sobre esta afirmación concluyo:
         Estamos, desgraciadamente, en unos momentos en los que en defensa de su fe se están llevando a cabo crímenes contra la humanidad. Pero el gobierno de Fernando III coincide cronológicamente con la plenitud de la Cristiandad europea. Pero Europa aún no se llamaba así, aunque no esté todavía borrado el recuerdo de aquél mozárabe de Córdoba que la evocaba en el año 748: es la Universitas christiana, es decir, una comunidad humana que se caracteriza y afirma en esa condición.
         Pues el cristianismo, para quienes lo profesaban en 1236, 1245 y 1248 –los europeos- no era una opinión a la que se pudiera uno válidamente adherirse o no, sino una Verdad absoluta que se reflejaba en todos los aspectos de la vida humana. Cabía la tolerancia con los infieles, pero no la transigencia. Y en este principio estaban de acuerdo, también, judíos y musulmanes. No lo olviden. Y no se dejen engañar.

Gloria Lora Serrano.

                                      "CREANDO CULTURA"







        
        








         


[1]
[2] Menéndez Pídal, Documentos Linguísticos….
[3] G. Martínez Díez, Los Templarios…122-124
[4] Biblioteca RAH, 9-9-7, 1944/1
[5]M. Menéndez Pidal, Documentos Linguísticos …, doc. 327, 438
[6] J. González, Vol. II, doc. 141, 169-170
[7] ACPL, Leg. 95-34, fols. 4v.-5r. Argote de Molina, Nobleza de Andalucía…Cap. 89, 443-444
[8] Crónica Latina…95 y 94. Lucas de Tuy, Crónica…, Cap. XCIV, 429