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viernes, 27 de noviembre de 2020

JUANA DE SAN FRANCISCO.


JUANA DE SAN FRANCISCO.
                          
                              FRANCISCANA DESCALZA DE CASATEJADA.
        “FUNDADORA DE LA COMUNIDAD FRANCISCANA DE BELVIS DE MONROY”.


En la villa de Casatejada, en aquel tiempo aldea de Plasencia, vivían unos labradores honrados muy devotos de N.P. San Francisco. Unas de sus cualidades era el de hospedar a los franciscanos a los que ayudaban dándoles alojamiento y comida, en ello gastaban parte de los bienes que recibían de su trabajo. De entre sus hijos, destacó una, llamada Juana que, desde muy pequeña, le llamaba la atención la vestimenta de estos frailes, la cual consistía en un sayal,  y caminando con los pies desnudos y la cabeza cubierta  con una capucha para emprender el camino, de su convento de Berrocal de Belvis,  cuando terminaban de recoger las limosnas. En el tiempo que permanecían en la casa de los padres de Juana, aumentaba cada día la comunicación entre ellos, observando la niña en ellos poco aprecio a las cosas temporales, la pobreza de sus hábitos. De esta pobreza, y de las conversaciones que con ellos tenía, le crearon unas ansias grandes de dejar el mundo y servir a Dios.
Huía de todo lo más apreciable y toda su pretensión y diligencia era encontrar medios para vivir en la pobreza, y despreciada. Sus padres trataron de casarla y aunque Juana Díaz (que este era su nombre) resistió cuando estuvo de su parte, y en contra de su voluntad, por no faltar a la obediencia paterna, aceptó el deseo de sus padres, quedando en una viva confianza en su Divina Majestad, del que había de cumplirse los muchos deseos que a su alma le había comunicado.
Vivió casada, y de este matrimonio tuvo dos hijas. Al quedar viuda, no esperó más tiempo que el que necesitaba para casar a sus hijas, y dándoles toda la hacienda que poseía, se fue al Convento de San Francisco de Belvis, donde pidió con gran humildad el Hábito de la Tercera Orden. Como era conocida su virtud, tuvo poca dificultad en concedérsele, recibiéndolo de la mano del Prelado de aquel Convento, y mudó el apellido de su linaje por el del santo cuyo hábito había tomado y desde entonces se llamó Juana de San Francisco. Propuso en su ánimo imitarle en todas sus virtudes, y en especial en el de la pobreza.
Quedó descalza, no trayendo abrigo alguno en sus pies, ni dejándole para el cuerpo. Al volver a Casatejada, causó gran admiración el verla descalza y con el hábito franciscano, provocando en el pueblo un nuevo aprecio hacia su persona. El tiempo que estuvo Juana en Casatejada, lo dedicó a repartir a los pobres lo poco que había conseguido pidiendo limosna. 
Le hacía mucha falta un padre espiritual, que la gobernase en el camino que había emprendido, y no hallaba en su pueblo la doctrina y dirección que necesitaba.
Un grupo de mujeres, viendo sus virtudes, se unieron a Juana y la nombraron su maestra, se vistieron el sayal franciscano y decidieron irse a la villa de Belvis, cerca del convento para estar próximas a su director espiritual.
Estas mujeres se llamaban: Francisca de Santa María, María de Cristo la Hidalga, Lucía de los Ángeles, que, por su simplicidad fue llamada la Cándida y la Simple. En Belvis, vivieron como beatas en una pequeña casa, y se regían por la Regla de la Orden Tercera de San Francisco.1
Hallándose en este tiempo en dicha villa el Conde de Deleitosa, le llegó la noticia de la fama y de la virtud de estas Siervas de Dios, y tomó a su cuidado fomentarlas, dándoles una casa más cómoda que la que tenían. Fue creciendo la comunidad y viendo este devoto señor que necesitaban para su comunidad más capacidad, decidió hacer un convento, en que tendría su iglesia con el título de Santa Ana, dotándola también de Capellán que le dijese misa, y además de una huerta suficiente para las verduras que necesitaban.
Convento Franciscano del Berrocal. Belvis de Monroy.
Para que a sus hijas lo les faltara palio espiritual que necesitaban, dieron la obediencia al Guardián del convento del Berrocal. Acudían a él cuando había que confesar, y comulgar solamente, que era los domingos, los jueves y fiestas principales. De casa no salían si no era a este ministerio, o ejercitar alguna obra de caridad, y siempre acompañada por la compañera que le asignaba la Madre y con su licencia. Cuando iban al Convento, siempre iban descalzas: mortificación que usaron siempre y apretando la necesidad, usaban de unos choclos (zuecos) de madera. Salían en forma de comunidad muy concertada de dos en dos, los ojos clavados en la tierra, y guardando admirable silencio. Concluyendo en el Convento con el ministerio al que habían ido, después se bajaban a una dehesa, que estaba cerca, y haciendo unos haces de leña, los llevaban en la cabeza en la misma conformidad y compostura que habían venido.[i]
Se gobernaban en todo, tanto cuando salían de su casa, como en el trato que tenían en ella, al modo que los frailes de dicho Convento. Tenían su tiempo de oración, sus disciplinas de comunidad casi todos los días. Ayunaban en Adviento, y Cuaresma, con el demás ayuno de la Iglesia y la Regla franciscana. Se levantaban todas a la hora en que el Convento despertaba a los Maitines, que es a las doce de la noche, cuando el resto de la humanidad duerme y es la hora de rezar por ella; a esta hora tocaban su campana, y al silencio, “silencio monacal”, el silencio interior de cada uno, en todo se conformaban con las acciones Monásticas de nuestros frailes.
No permitieron que hombre alguno entrase en el interior de su casa ni que hablase con alguna, como no fuese padre o madre o hermano, y esto no dentro, sino en la portería, acompañada con otra, que señalaba la Madre que las gobernara. En los ratos y tiempo en el que no había oración, se ejecutaban en el trabajo, unas en la labor, otras en hilar o en tejer. En todo el año no comían carne, ni se guardaba cosa alguna para comer en aquel Oratorio; pan y alguna fruta era su sustento. Si alguna caía enferma, la llevaban al Hospital, que los Condes de Deleitosa habían fabricado para los pobres, con muy buena renta; en él tenían estas hermanas un cuarto determinado para que se curasen, separado de los demás pobres. Mientras estaban enferma otra hermana la asistía, y allí permanecía hasta que pudiese volver a su casa.
Llegó a esta Sierva Juana de San Francisco, la muerte; tuvo poco que hacer en quien tantos años sabía que estaba muerta, y amortajada para el Mundo. Fue ella como había sido su vida. Nos no refiere el manuscrito más singularidades, que el haber sido enterrada en el Convento Franciscano del Berrocal, junto a la losa de otra venerable Matrona, que en él yace, del que hace singular memoria el Memorial Franciscano del Convento. Con la muerte de esta venerable Madre, la nueva comunidad creada en Casatejada quedó en el desamparo, pero siempre con una buena confianza en el Señor a quién servían y en las oraciones, y méritos de la Venerable Madre, de que no las había de desamparar.
Convento de Santa Ana
Por aquel entonces D. Fernando de Monroy (II), hermano del Conde de Deleitosa, edificaba en la Villa de Belvis, un convento para las religiosas de la Orden de N.P.S. Domingo, con la magnificencia digna de su grandeza y de muy copiosa renta. El padre Alonso Fernández nos dice al respecto que en tiempos del obispo Tello de Sandoval (1578-1580), se fundó un monasterio de monjas de la Orden de Santo Domingo que se llamó Santa Ana,
No habían aún entrado en él religiosa alguna y como aquellos señores habían siempre favorecido a las hermanas Descalzas de aquel Oratorio, las ofrecieron el Convento, que se edificaba, en el que debían entrar Monjas.
Aceptaron la oferta con humilde resentimiento, pero no todas pudieron entrar, porque alguna de las que asistían a este Oratorio (Beaterio), eran mujeres casadas, y estaban sus maridos en las Indias. Las demás monjas, conmutaron sus hábitos de Terceras de San Francisco por el de Santo Domingo.
La síntesis de los rasgos que hemos trazado de Juana de San Francisco nos lleva a pensar que renunció a toda riqueza mundana para entregarse al dolor de los que sufren y padecen, con toda la atención a los necesitados y a enfermos. Fue Venerable Madre, Sierva del Señor, que yace injustamente en el olvido.

José Antonio Pajuelo Jiménez.

Biografía: Varones Heroicos en Virtud y Santidad. Año 1552-1591.  Fotografías: 1.- Convento del Berrocal de Belvis de Monroy. 2. Detalle de algunas obras de Arte pintadas, por religiosas en el Convento de las Franciscanas Descalzas de San Antonio. Trujillo. Fotografía 3.- Convento de Santa Ana. Belvis de Monroy.



[i] Hemos señalado la existencia de un beaterio previo al convento fundado. Así lo manifiesta Vicente Barrantes cuando habla de la fundación del convento de Santa Ana, que dice fue promovido por la venerable Juana de San Francisco. Esta era de Casatejada y creó el cenobio que andando los días pasó a poder de las religiosas dominicas.

[ii] Hijo del primer Conde de Deleitosa.

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