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miércoles, 13 de diciembre de 2023

ANEDOCTARIO.DON PEDRO "EL CRUEL"

DON PEDRO JIMENEZ RECIO


Se llamaba don Pedro, y le apandillaban “el Cruel”, con esa crueldad propia de la gente que se aviene a poner apelativos con similares históricos a personas que por su carisma pudieran tener alguna relación comparable, pero que luego, en este caso, difiere notablemente del modelo.

Don Pedro Jiménez Recio fue un personaje muy señalado en nuestra ciudad. Era conocido, por aquellos que decía de los apodos injustos, como don Pedro “el Cruel”. Se cree que se le colgó este sambenito en su época de juez militar, en las que sus actuaciones se Caracterizaron por aplicar la ley sin apelativo alguno,, con estricto rigor , cuando se acostumbraba, como siempre sucede, ha sucedido y sucederá, a que por presiones políticas, sociales o económicas, muchos delincuentes se liberan de la justicia con un pirueta descarada.

Habitaba en una casa de la Plaza, señalada con el número 33, donde en su planta baja tenía la droguería Emilio Ovejero desde el año 1935, anteriormente y que sirva para el recuerdo de las tiendas placentinas, estaba la sombrerería Carrillo. Ocupaba toda la casa pero hacia su vida en el segundo piso. Vivía solo, atendido por una vieja sirvienta que realizaba las labores del hogar.

Manolo Muñoz Palomino y Teodoro Vallinoto a quien debemos este articulo, iban muchas noches a visitarle, entre los tres recopilaban verbalmente la historia de la Ciudad. La conversación de don Pedro era fluida y amena, su memoria prodigiosa. Se sentaban alrededor de una pequeña camilla con suave falda de terciopelo, alumbrados por una hermosa lámpara que les rozaba las cabezas. Don Pedro presumía de enorme bigote que se escapaba protuberante en su cara enjuta y pálida. Apenas salía a la calle, había nacido en 1880, y conservaba la mirada fría, dura, como el acero. Sus movimientos habían perdido elasticidad, había perdido mucho aquel vigor que le fuera característico. Se trasladaba por los aposentos del piso con acusada lentitud y su voz profunda, que fuera atronante en otros tiempos, era suave y hondo murmullo con tonalidades bastante agradables. A veces se le disparaba y retumbaban las paredes con sus maldiciones, pero ello no era frecuente, solo cuando relataba alguna injusticia o algún atropello.

Desde su balcón se veía la plaza desierta, barrida por un viento que hacía remolinos con las hojas secas de los arboles. Contaba muchas cosas, algunas no publicables entonces otras la que formaron parte de la entrevista publicada en la revista de Navidad del año 1955, de la Asociación Cultural Placentina “Pedro de Trejo”.

Don Pedro Jiménez Recio, nació en Plasencia y a los diecisiete años era oficial de caballería, dio muchas vueltas por esos mundos de Dios, hasta que por los años veinte del siglo pasado, se estableció definitivamente en Plasencia. Fue Alcalde de esta ciudad y a los ochenta días le echaron por diversidad de criterios; su honradez y rectitud de ideas era incompatible con los “galipucheos” habituales de la administración. Aparece como presidente de la Comisión Gestora del 9 de septiembre de 1936, aunque ya había sido nombrado anteriormente por la autoridad militar. Después fue juez militar durante cinco años, con ello se creó infinidad de enemistades, pues no se doblegaba a recomendaciones ni a favoritismos. Era una consecuencia inevitable.

Se veía solo y viejo…, nunca pensó seriamente en casarse; sin más amistad que unas pocas personas, que eran la que constituían su mundo, y de la espiritual de la Asociación Cultural Placentina “Pedro de Trejo”, que por obrar en pro de Plasencia, ya les unía algo en común.

Recordaba el hecho de más resonancia que tuvo Plasencia fue la vuelta del “muerto resucitado”, suceso que ya hemos relatado anteriormente en otro artículo. Decía: Se hizo hasta un suceso político. Los liberales estaban de una parte, defendiendo al muerto resucitado “Eustaquio Campos”, mientras los conservadores negaban su autenticidad. Había verdaderas peleas familiares. En la Plaza donde entonces había una fuente en el centro, se formaban tales discusiones que no era extraño personas que caían de cabeza en la fuente, tiradas por los de la opinión contraria- Incluso se cerraban las puertas de la ciudad.” Me parece estar viendo la de la Puerta Talavera”, a fin de controlar quien entraba y salía. Y hasta hubo un muerto victima de la exaltación. Lo que nos hace pensar que por aquel tiempo, habría algún postigo que permitiera cerrarse, pues la puerta junto con la muralla había sido derrumbada años atrás.

Manolo y Teodoro, seguían día tras día recopilando anécdotas, en una de las preguntas que le formularon a don Pedro, le indagaron sobre la diferencia de aquellos años a los de los años cincuenta, y contesto que en lo que respecta a la densidad, a la parte material de su conjunto, ha habido un crecimiento considerable. Pero ni la moral, ni la vergüenza, ni la dignidad humana han corrido a la par. ¿Que diría hoy día don Pedro?

Recordaba con nostalgia que Plasencia hubiera perdido el Cuerpo de Bomberos, la Audiencia, la Banda de Música, lamentándose también de la agonía del Colegio de san Calixto,” que tuvo 114 alumnos de donde salieron hombre de la talla de don Idelfonso Prieto, Auditor de la Rota, amén de sacerdotes, maestros e instruidos artesanos, como se habían sumado desatinos desapareciendo monumentos e instituciones, por desidia, incompetencia, abulia, intereses, desinterés, expoliación… Hoy hubiese acabado reventado.

Con desaliento recordaba aquellos versos de Francisco Gregorio de Salas dirigidos al pueblo extremeño.”Bien pudiera cogerlos y lanzarlos sobre Plasencia”:

Espíritu desunido
domina a los extremeños;
jamás entran en empeño
ni quieren tomar partido.
Cada cual en sí metido
y contento en su rincón
huyen de toda instrucción;
y aunque es mucha su viveza
vienen a ser, por pereza
los “indios” de la nación”

Luego se le perdió la vista atravesando los cristales de su balcón y permaneció largo tiempo en silencio. Amaba a Plasencia y le dolía la indolencia tradicional en que se mantenía.

No se sentía viejo, ya que los viejos según dicen, se mueren de una de estas cuatro “C”; catarro, caída, casamiento, o cagalera. En estos tiempos tendríamos que incluir alguna “C” mas, cáncer, corazón, carencias, confusión, crisis etc-

Lo que no se sabe de don Pedro, era su afición a la fotografía. Tenía una cámara estereoscópica con dos objetivos que impresionaban fotos dobles en cada negativo, entonces de cristal, con distinta distancia focal. Una vez positivados, también en cristal, se contemplaban a través de un visor de especial, parecido a los prismáticos, que mezclaba las dos imágenes y producía un efecto tridimensional tan real que las figuras se veían con una impresionante separación vestido con el traje típico de cada lugar de planos- Su relieve era perfecto; apetecía pasar la mano por detrás del artilugio para tocar las imágenes.

En Plasencia según mis conocimientos después del estudio de los fotógrafos de la ciudad, había cuatro cámaras de tales características, una de Don Pedro, la de José Diez, la de Pedro Sánchez, y la de José Cepeda sacerdote que vivía por los años cuarenta en la calle las Morera. Sabemos que don Pedro tenía un gran número de fotos con variados motivos del tradicional mercado de los martes placentinos. Entonces venían de los pueblos los “marteros” y en aquellas fotografías se observan con perfecta nitidez todas las vestimentas, desde la de Montehermoso, que son la más destacadas por la original gorra con la que se tocan las mujeres, hasta la de los pueblos del Valle y de la Vera. Este gran archivo documental, parece que lo regalo aún amigo, no sabemos a quién, pero seguimos indagando y en un mañana tal vez no muy lejano lo encontremos abandonado en una caja de cartón en un rincón de un desván olvidado esperando ser resucitado para la historia.
            Agradecimiento a Manuel Muñoz Palomino (+) y a Teodoro Vallinoto (+)
    
                Jose Antonio Pajuelo Jiménez  - Pedro Luna Reina- José Gutiérrez Delgado

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