Hoy parecería fuera de lugar separar a los penitentes de los nazarenos en las procesiones de la Semana Santa, pero no fue así siempre. En los primeros tiempos del cristianismo, cuando todavía no se habían instituido los ritos de la Semana Santa, ya existían los penitentes, los cuales no eran más que pecadores apartados de la Iglesia por sus faltas cometidas.
El concepto de pecado y la gravedad del mismo han ido evolucionando con el paso de los siglos y cosas a las que hoy no le damos importancia tenían una gran repercusión en épocas pretéritas.
La Iglesia, en sus primeros siglos, castigaba con gran rigor a los infractores de sus normas imponiéndoles grandes y largas penas, las cuales habían de cumplir si querían ser reintegrados al seno de la misma.
Entre los castigos impuestos por la Santa Madre Iglesia estaban las peregrinaciones a ciertos lugares señalados del catolicismo, tales como Jerusalén, Roma, Santiago, etc. Esas peregrinaciones -que hoy se hacen casi en plan de romería o turismo- en aquellos tiempos significaban un gran sacrificio, tanto por su duración como por la dureza de los caminos y medios para realizarlas, pues eran miles los penitentes -después llamados peregrinos- que murieron en los caminos, tanto de enfermedades como por violencia contra ellos. Hasta el extremo que las instituciones religiosas y civiles tuvieron que tomar decisiones de apoyo para impedir, dentro de los posible, estos hechos, creando los hospitales, cofradías y refugios de peregrinos establecidos a los largo de las grandes rutas de peregrinación.
El penitente no podía llevar consigo ningún bien, pues el primer paso era desprenderse de toda propiedad, vestir un sayón o saco de ínfima calidad y realizar el viaje suplicando la caridad y el perdón de los demás.
Pero no a todos se les condenaba a peregrinar. Si el pecado era de los que en aquellos tiempos se consideraba grave también se imponía un castigo físico y, además, era acompañado de la expulsión del pecador del seno de la iglesia hasta la consumación de la pena. El cumplimiento del castigo pasaba por distintas etapas de cumplimiento hasta que era expiado y, de esa forma, conseguir el perdón por parte de la iglesia.
Entre las etapas que se seguía para lograr la expiación se encontraban las siguientes: Al pecador se le exponía públicamente, anunciando su pecado y el castigo aplicado; se le prohibía hablar con los demás fieles; se le prohibía la entrada a la iglesia, teniendo que permanecer fuera del atrio de la misma suplicando a los fieles, mediante su aflicción y presencia, que rezasen por él, pues al pecador también le estaba prohibida la oración, ya que se le había separado de la comunidad cristiana. Pasado un tiempo se le permitía oír la Palabra de Dios desde el pórtico de entrada a la iglesia. Pasado un tiempo se le permitía entrar, pero ocupando el sitio más alejado y oscuro, teniendo que salirse al comenzar la misa, al igual que los catecúmenos, ya que no pertenecían a la iglesia todavía. Y, por fin, una vez concluida la penitencia se le acogía en la comunidad cristiana.
Este reingreso solía hacerse coincidiendo con la Resurrección de Cristo, pues significaba la muerte del pecado y el inicio de la nueva vida. Para llegar a este reingreso, debería de multiplicar su penitencia en la semana anterior.
Y llegamos al verdadero origen de la Semana Santa o Semana del Penitente:
El penitente se vestía con un saco viejo, se llenaba la cabeza de ceniza, ayunaba y se infligía multitud de castigos corporales como prueba del arrepentimiento que sentía, haciendo recorridos a las distintas ermitas existentes en los extrarradios de las poblaciones, pero sin entrar en ellas en ningún momento.
Con estos antecedentes podemos comprender el origen de nuestras cofradías penitenciales, las cuales en sus principios eran todas de sangre.
Entre todas ellas destacó la cofradía de la Vera Cruz, ya que fue una de las primeras en fundarse, estando muy ligada desde sus comienzos a la Orden Franciscana.
Los castigos más utilizados en esa época fueron las laceraciones, producidas por espinas, astillas, cuerdas, clavos, cadenas, cruces, etc. Quizás lo más utilizados fueran los azotes, tanto con ramas espinosas como con látigos, en sus distintas variedades.
Al masificarse estos actos penitenciales, en los cuales la iglesia como tal no participaba, se vio la necesidad de regularlos, pues escapaban a su control y ponían en peligro la autoridad de la misma.
En un principio se impuso que las penitencias se hicieran conjuntas y en procesión. De esta manera se podía controlar tanto su duración como su intensidad, siendo sus recorridos, generalmente, desde la población hasta alguna ermita o humilladero situados en las afueras. Este recorrido se aprovechó para aleccionar a los penitentes, instaurando en su recorrido las catorce estaciones de la pasión de Cristo, pasando a denominársele el “Camino del Calvario” o “Vía Crucis”.
Tiempo después, el Papa Clemente VI prohibió los azotes en las procesiones, cambiándolo por cánticos y oraciones. Esta medida no fue muy aceptada por el pueblo y se siguieron realizando, a pesar de las penas canónicas que proclamaba la iglesia. De esa época se conservan algunos rituales de Picados y Empalados en diversas localidades de la geografía española.
Al prohibir los castigos corporales y, para darle otra finalidad a la procesión, se pensó en sacar alguna imagen y hacer un catecismo público, con lo cual la iglesia se hacía con el control del acto, pasando los penitentes a un segundo plano y siendo el protagonista principal el “Paso” o Imagen de la procesión.
Como recuerdo de aquellos primeros penitentes ha llegado hasta nuestros días detalles y objetos tales como La Ceniza, que no solamente nos recuerda la ceniza nuestro origen y destino, sino que fue empleada para afear la cabeza y cara del penitente y de esta manera hacer más repulsiva su figura; La Túnica o Hábito, que en su principio no fue más que un saco sin ningún adorno (en documentos antiguos se cuenta que su origen data del siglo XIII (1260) en la ciudad de Perusa en Italia, en la cual un ermitaño llamado Rainero conminó al pueblo a vestirse como los Ninivitas, con sacos); El Cíngulo, que se lleva en la cintura como recuerdo de los látigos usados en las penitencias; Los Hermanos de Carga, que son los herederos del antiguo Penitente, ya que se cambió el castigo del azote por el de cargar con las Imágenes; Los Hermanos de Luz y Velas, estos son los herederos de las personas piadosas que solían alumbrar a los penitentes para evitar que en sus desplazamientos por el campo pudieran caer en barrancos o grietas del terreno; La Caperuza ó capucho, que en sus orígenes sería solamente un paño que el penitente se pondría en la cabeza para no ser reconocido y guardar su intimidad. La Santa Inquisición utilizó la caperuza –conocida por algunos como “el caperúz”- sin tapar la cara, para manifestar que el que lo llevaba puesto era un pecador; y El Silencio Procesional, pues mientras que en las demás procesiones de Cristos, Vírgenes y Santos se suelen cantar alabanzas, las procesiones penitenciales se realizan en silencio total, recordando la prohibición que se aplicaba al penitente en su primera fase de no poder hablar con los demás fieles cristianos.
Plasencia, Semana Santa del año 2009
Pedro Luna, hermano cofrade de la Santa y Vera Cruz de Plasencia.
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