TOROS QUE SE ESCAPABAN
En estos días de Ferias y Fiestas de la ciudad de
Plasencia, aunque lo de Ferias habría que suprimirlo, ya que desde hace
bastantes años no se celebran Ferias de Ganados, que era lo que le daba el
nombre, queremos dales una visión de
cómo las celebraban nuestros antepasados en el siglo XVI.
En el veremos que todo sigue igual, pues en el mes de
mayo pasado se escapó un toro en Talavera de la Reina hiriendo a varias
personas.
Para ello volvemos a nuestro Canónigo-Archivero con un
artículo que escribía en el año 1970 en el periódico El Regional.
Periódico el Regional – día 09 de junio de 1970
El número fuerte de las ferias son los toros. Para
muchos el único número. Para no pocos el número imposible por los precios
alcanzados. Los antiguos placentinos disfrutaban con más frecuencia y con menos
dispendio que los de hoy de las corridas de toros. Cualquier motivo de público
regocijo era suficiente para que se corrieran en la Plaza, despertando siempre
el entusiasmo de nuestro pueblo, que los presenciaba gratuitamente.
Estamos a principios del siglo XVI. La Casa de las
Gradas (como llamaban entonces al Ayuntamiento), los tejados de la Carnicería
“que es en la Plaza, esquina a la calle de Talavera” y hasta el campanario de
San Esteban eran ocupados por Regidores, caballeros y gente llana sin faltar
las damas que, como siempre, iban a ver y a ser vistas.
La impaciencia en tales fiestas era enorme. Se decía
que el esquilonero de la Catedral daba el toque de Vísperas antes de la hora y
a los que acudían a ellas les parecían
que nunca fueran tan lentas.
Las costumbres de entonces prohibían que el festejo
comenzara antes de terminarse el Coro de
la tarde.
La Priora de Santa Clara veía turbarse la quietud del
Convento y como piadosa distracción para las monjas hacía que alguna recitara
letrillas populares parecidas a las que algunos años más tarde escribiera
Alonso de Ledesma: “El príncipe de
tinieblas –siete toros encerró - porque en el coso del mundo – corriesen al
pecador. Corrió el toro de soberbia – tras el vaquero mayor – y con ser tal que
volaba – del potro le derribó. El toro de la avaricia – hasta la Iglesia se
entró – y Judas, de una barrera – entre
doce, le sacó”.
Los toros se corrían al modo de entonces. Abundaban
los bancos divertidos y no faltaba algún que otro galán vanidoso que a trueque
de llamar la atención de las damas,
simulará caídas aparatosas de su caballo. De el se podía enumerar lo que
Góngora escribiera de Ezpeleta: “Dijera a lo menos yo – que el caballero
cayó – porque CAYESEN en el”.
Pero la fiesta en nuestra plaza tenía en ocasiones un
final ridículo.
Por la ligereza con que a veces se improvisaba la
corrida o por la bravura de los toros, ocurría que, acosados estos por los
caballos que los jugaban, o heridos por algún rejón hábilmente colocado,
lograban romper el cierre de la plaza y escapar por las calles hasta que, tarde
o temprano, sin poder salir de la ciudad amurallada, venían a quedar presos en
la Fortaleza.
Y por aquellas calendas habían dado los Alcaldes de la
misma en la costumbre de adueñarse bonitamente de tales toros escapados. Los
caballeros quedaban corridos, las dueñas apesadumbradas y el pueblo defraudado.
Resultaron inútiles cuantos intentos se hicieron para
convencer a los Alcaldes del abuso que ello suponía. La Justicia y Regidores
temieron con fundamento que la paz se alterara y acordaron quejarse a la Reina,
que lo era doña Juana, exponiendo el caso y suplicando remedio.
Copiamos seguidamente los párrafos más notorios de la
respuesta de doña Juana. Va dirigida “al que es o fuere mi Corregidor y Juez de
Residencia en el ciudad de Plasencia y al alcalde en dicho oficio”.
Expone seguidamente los hechos denunciados resaltando
el agravio y el daño que el Concejo y los vecinos reciben por el proceder de los
Alcaldes ordena que estos digan que títulos y derechos pretenden tener para
tomar los dichos toros y no querer entregarlos a la ciudad y si los dichos
Alcaldes no tienen título o prescripción inmemorial para proceder como proceden
manda “así al que ahora es Alcalde como a los que fueren de aquí adelante que no tomen ni
lleven más los toros aunque entren en la dicha Fortaleza bajo las penas en que
caen los que llevan nuevas imposiciones” y castigando con diez mil maravedíes
para la Cámara Real a cada uno que lo contrario hiciere.
La carta está fechada en Burgos en 9 de mayo de 1506.
Y las fiestas del Corpus, origen de nuestras ferias,
fueron especialmente solemnizadas aquel año con autos sacramentales y corridas
de toros en la Plaza Mayor, sin miedo ya a la arbitrariedad de los Alcaldes de
la Fortaleza.
Quizás la Carta de la Reina contribuyó también a que
aquel año en el Cabildo de 7 de junio se diera la facultad al Mayordomo de
Fábrica, Villalva, “para que envíe a llamar ministriles y trompetas y sacabuches
y chirimías para la celebración de las Fiestas del Corpus y que gaste en su
costa hasta siete u ocho mil maravedíes demás de lo que fue dado dispensación
que gastara en las dichas fiestas”.
Manuel López
Sánchez-Mora (+). Canónigo
Archivero
"SEMBRANDO INQUIETUDES"
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