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viernes, 13 de abril de 2018

PORTADA DEL ENLOSADO.CATEDRAL DE PLASENCIA

PORTADA DEL ENLOSADO

Hoy reproducimos un trabajo publicado por la revista de Semana Santa de la Cofradía de la Soledad de este año, cuyo autor D. Germán Pedro Corcho, nos ha facilitado su difusión en este Bloc. a quien le agradecemos y le invitamos a colaborar en próximas publicaciones.
Esta portada más bien plateresca, orientada al sur, es conocida como del Enlosado, por el pavimento de esta zona. Atribuida a Diego de Siloé y la parte más alta completada por Gil de Hontañon.
La situación de esta portada motivó algunos pleitos entre el Cabildo de la Catedral y el Ayuntamiento, para decidir la gestión y pertenencia del espacio que separaba la Catedral Nueva de la muralla. En 1611 se firmo una “Concordia entre el Concejo y el Obispo Fray Enrique Enríquez de Almansa por la que se reconocía la propiedad al Concejo y este permitía al Obispado tener una llave de este espacio (aportación de Dª Esther Sánchez Calle, Cronista Oficial de Plasencia). El Cabildo se encargo de enlosar este patio con piedras de buen tamaño y de ahí su nombre “El Enlosado”.

Esta zona algo escondida era utilizada en esa época para negocios dudosos y trapicheo propios de la picaresca de la época. Por lo que al campanero de la Catedral se le encargo la vigilancia de este patio, mediante pago de doce ducados anuales , para que evitara esos “negocios” y, al parecer, frecuentes depósitos de recién nacidos, que indudablemente suponían un gasto y conflictos de atribuciones de paternidad; en caso del que el campanero fracasase en su cometido de evitar estos depósitos de niños, él sería responsable de su cuidado y mantenimiento.

Escondido entre los adornos y símbolos de la portada hay esculpido un sapo, difícil de encontrar, quizás como símbolo de pecado; algo parecido a lo que ocurre con la rana de la Universidad Antigua de Salamanca., lo que es un pequeño reto para los visitantes y para los placentinos que desconocen la existencia del sapo. Esta situado, a media altura de la portada, en la cola de unos de los tritones que están a ambos lados de un anagrama de Santa María.


En lo alto hay un gran ventanal que da luz a las tallas altas del órgano. Enmarcado de unos curiosos adornos, el más exterior con hendiduras que siguen la secuencia de las teclas negras de un órgano, prueba a tocar Re Fa Sol La Sol... todo sostenidos ¿Homenaje musical a María o solo casualidad e interpretación del autor? Otros relieves cercanos al vitral muy sugerentes cada uno del símbolo de María en anagrama, hay 38 de estos símbolos, algunos de ellos con una "M" igual a la que figura en el escudo de la orden Siervos de María (Servitas), de origen en Florencia, donde estuvo Diego de Siloé, uno de los arquitectos.

Germán Pedro Corcho

miércoles, 4 de abril de 2018

EL PERDÍO.


EL PERDÍO.
En el año 1891 en el mes de Marzo, una mujer placentina muy pobre se dirigió al santuario de la Virgen del Puerto, acompañada de  un niño de cuatro años, hijo suyo, para visitar a una vieja sirvienta del Capellán de aquel entonces, prima suya, como tenía por costumbre porque el sacerdote siempre la socorría con los medios a su alcance que no eran mucho ciertamente.
Ya muy cerca de la ermita, la madre llamada Elvira Rivas, dijo al niño: Ve tu solito, y le dices a tu tía que yo llegaré pronto, pues voy a recoger unos espárragos. El niño se encaminó al Santuario, y su madre se dirigió hacia el monte para buscar lo que podía producirle algunas monedas de cobre con la venta de los espárragos silvestres, de los que hoy todavía abundan por esos lugares.
Pero el niño que era robusto y sano, como hijo de pobre, se atemorizó por ver unas vacas del Capellán que por allí pacían tranquilamente y corrió cerro arriba, sin parar hasta llegar a lo alto en un sitio denominado la “Cueva del Monje” entre canchales y maleza, que da vista a la Humbría, o sea al otro lado del cerro.
Al llegar la madre, pregunta a su parienta por el niño, y acongojada comprueba que ha desaparecido. Lo buscan afanosamente por las inmediaciones las dos mujeres acompañadas por el Capellán y no lo encuentran, fue esto a las tres de la tarde y ya de noche, en vista de sus infructuosas pesquisas, deciden venir a Plasencia para comunicárselo a las autoridades.
El Alcalde, por medio de pregones lo divulgaba por toda la población, y todos los hombres de Plasencia se dirigieron a los parajes del santuario, unos a caballos otros a pie, y el niño buscado afanosamente por todos los que lo buscaron, ni apareció. Por aquella época el monte de Valcorchero estaba lleno de zarzas y espinos y había gran cantidad de alimañas de todas clases, sobre todo lobos, los que hacían estragos en el ganado con frecuencia.
Dos días duró la búsqueda incansable de los placentinos sin resultados, descorazonados todos por creer, que el niño había sido devorado por los lobos; pero no se encontraron  huellas ni vestigios de sus pobres ropitas.

Por fin al atardecer del segundo día, fue encontrado por dos tíos suyos, dormido sobre un comedero de vacas formado por piedra y lleno de paja, que había sobre la pared de una corraliza que servía de herradero del ganado vacuno, situada a poca distancia de la cueva antes mencionada, lo que dista del Santuario cerca de unos dos kilómetros.
¿Cómo se explica esto?, se preguntaba Francisco Mirón al relatar este artículo publicado en el Regional en 1952. “El Perdio”, compañero de clase en la niñez, y a quién oyó muchas veces narrar la experiencia vivida en la escuela delante de sus compañeros y profesor. Los niños no miente, y lo que el recordaba con la escasa imaginación de su corta edad fue así: decía que sintiendo mucha hambre buscaba entre los zarzales el fruto de la zarza mora ya reseco, y que aprendió a recoger con su madre, y al verse entre la maleza, gritaba y lloraba llamando a su madre aterrorizado.
Más de pronto se acercó un anciano de barba blanca, vestido con la clásica anguarina (gabán de paño burdo y sin mangas que usaban los labradores en esa época). Decía que el anciano lo cogió llevándole al sitio antes indicado, acostándolo en aquella especie de cuna; y no recuerda más, pues se quedó dormido.
“El Perdio” había nacido en 1887, cuando se escribió este articulo tenía 65 años de edad, se le conocía en Plasencia por este apodo que desde entonces llevaba, y para él era como un titulo y ejecutoria de nobleza. Se llamaba Manuel Santos Rivas y fue un ferviente devoto de la Virgen del Puerto.
¿Como pudo subsistir sin comer ni beber tanto tiempo, y sobre todo soportar el frío de las noches de Marzo en aquellas alturas de la sierra. Las alimañas lo respetan…
¿Quién era el anciano que al encontrarle en aquellos  agrestes que al encontrarle en aquellos agrestes lugares lo traslada al sitio más confortable?, ¿ Por qué no notifico a nadie el hallazgo de la tierna criatura, abandonándolo al parecer a su suerte?. Es este un  misterio que el “Perdío” no se explicaba; es decir, creía que fue un milagro de la Virgen que lo protegió y lo mantuvo bajo su amparo hasta que se le encontró sin síntomas de agotamiento ni desmayo.
La madre del “Perdío”, loca de contenta con su hijo en los brazos, se lo ofreció a la Virgen del Puerto, entre lagrimas emotivas de los presentes.
Los donativos al niño fueron cuantiosos y aliviaron algo su pobreza. Pocos días más tarde el pueblo en masa acudió al Santuario donde se celebro una misa extraordinaria en acción de gracias. Fue un día grande en la Ciudad que recordamos a todos los devotos de la Virgen del Puerto nuestra Patrona, y a todos los placentinos.
Este episodio es rigurosamente cierto. Así se narra en los archivos del Santuario, y que hoy damos a conocer próximo a la romería del día 6 de Abril.
Publicado en lavozdemayorga.blogspot.com el 5 de Abril de 2013

José Antonio Pajuelo Jiménez - Pedro Luna Reina