Han sido cinco ediciones del Libro de las Siete Centurias, libro básico para conocer la historia de la ciudad de Plasencia. La primera realizada por el autor en 1877, fue editada por entregas y suscripciones, lo que originó su gran popularidad. La segunda, en 1930, fue editada por el seminario "la Patria Chica", mediante el sistema de separatas incluidas en sus números, aunque además puso a la venta algunos ejemplares en rustica.
La tercera la realizó el semanario "El Regional", aunque la forma que la publicó era muy difícil de recopilar para su encuadernación. La cuarta, se hizo como merece un libro histórico, respetando el texto y la redacción del autor, fue editada por la Asociación Cultural Placentina "Pedro de Trejo". La quinta y última editada es del año 2000, por el Excmo. Ayuntamiento de Plasencia.
Podemos decir que es el libro mas conocido de cuantos hay escrito sobre la historia de Plasencia, el más asequible para el interesado en tener el conocimiento básico de nuestra historia placentina, y se realza la figura de su autor Alejandro Matías Gil, despreciada por distintos autores por considerar su obra copia de Fray Alonso Fernandez y del manuscrito de los Collazos. Y, si bien es verdad que se basó gran parte en estas obras, hemos de hacer constar que supo resumirlas admirablemente, aportando algunas investigaciones propias de gran valía y noticias de su época de gran interés
Informe de Vicente Barrantes, sobre el libro de Las Siete Centurias, de Alejandro Matias.
"Honrado por esta ilustre Academia para emitir el informe que nos pide el señor Ministro de Fomento respecto á la obra Las siete centurias de la ciudad de Alfonso VIII, que publica en Plasencia el Sr. D. Alejandro Matías Gil, he examinado las entregas que han visto ya la luz pública y que bastan indudablemente para dar idea del plan del autor y de su mérito literario. Dedujese además el primero y con harta claridad de su propio título, pues agrupados por centurias los sucesos de que ha sido teatro aquella ciudad extremeña, claro es que el libro ha de revestir la forma de crónica, y aun de afectar la sencillez de los de este linaje. Así, con efecto, se lo propone el Sr. Matías Gil, y más de una vez sus páginas revelan el candor, la verdad y la sencillez, de los antiguos padres de nuestra historia nacional. En la agrupación de los sucesos, en su encadenamiento lógico y en la trabazón y contextura de las narraciones, no es tan hábil ciertamente, pues no forma capítulos, ni libros, ni divide las centurias en décadas, ni adopta, en fin, forma literaria constante, sino que encabezando á veces los párrafos con el año á que pertenecen ó con el suceso culminante que describe, antes da el carácter de apuntes que de libro formal á su obra. Verdad es que la escasez de noticias y la falta de sucesos dignos de la historia en algunas centurias, habrán sido parte en que el autor vacile mucho respecto á la forma literaria que había de adoptar, pues no ha de olvidarse que se trata de una ciudad obscura, excéntrica, y que sólo en ocasiones muy contadas, y casi siempre en relación con nuestras guerras civiles, ó con las de Portugal ha podido tener grande importancia. Sus linajes mismos, con ser de los primeros de España, y haber podido fácilmente elevarla á la altura que los Mendozas, por ejemplo, elevaron á Guadalajara, tuvieron que abandonar la ciudad por su posición excéntrica en el siglo XVI, cuando terminadas las luchas feudales buscaron los nobles en la administración y en la política campo á sus medros, empleo á su actividad. Así las centurias más interesantes de esta obra, más llenas de sucesos, más enlazadas con la historia general de nuestro país, son las cuatro primeras, en que se ve circular ardiente por aquel cuerpo municipal, hoy exánime, la noble sangre de los Monroyes, de los Almaraces, de los Carvajales, de los Villalvas, de los Vargas y de tantos próceres como hasta el reinado de los Reyes Católicos consumieron su esfuerzo dentro de los muros de Plasencia ó en empresas en que era su ciudad la mayor parte.
Con esto ya se ha dicho que la obra empieza en el siglo XII, prescindiendo de todas las fábulas con que los escritores corruptos del siglo XVII engalanaron los orígenes de la ciudad. Únicamente discute el autor á manera de prólogo su antigüedad romana, y no por sí propio, sino insertando á la letra una erudita disertación, que ya nos era conocida, en que D. Celso Monje, médico distinguido de Plasencia, pretende probar que andan errados los que la apellidan Ambracia, y Amba y Deóbriga, pues del mismo fuero de D. Alfonso y de otros datos históricos y geográficos, deduce que lo que allí había al fundarse la población cristiana, era un viso ó fortaleza, cuyo nombre de Ambroz perseveró en una torre de la nuevamente construida, y en otros sitios cercanos.
Aquel fuero de población juntamente con el municipal, ocupan las primeras páginas de la obra del Sr. Gil, aunque no con tanto detenimiento como el último en particular merece, juzgando por las escasas muestras que el mismo autor nos facilita, no mayores que las que dio Fr. Alonso Fernández en sus Anales de Plasencia, siendo así que el historiador moderno posee copia completa de él, é inserta el índice de sus materias más adelante al hablar de la confirmación que le otorgó D. Fernando el Emplazado. Reconoce, sin embargo, el Sr. Gil su importancia, encareciéndonos el espíritu democrático que presidió á la fundación y las novedades que introducía en el derecho de Castilla, al dar á las madres la patria potestad, ni más ni menos que hoy, al cabo de siete siglos, una legislación novísima lo establece, y nivelando á las clases sociales en tal manera, que los condes é infanzones que se avecindaran en la ciudad, habían de tener tales fueros y penas como los demás vecinos. También limitaba á dos solamente el número de los palacios que podían edificarse, uno para el Rey y otro para el Obispo, singularidad por cierto muy digna de reparo.
En cambio inserta íntegros el Sr. Gil documentos harto conocidos, como el de la fundación de la Diócesis. Verdad que de estas omisiones, ó por ligereza, ó por deseo de abreviar, se advierten algunas en su libro, que causan sentimiento, porque indudablemente está escrito con grande amor á la verdad y á la patria, y es resultado de prolijas y concienzudas investigaciones. A la página 47, por ejemplo, apunta la especie de que á los nobles placentinos y al Consejo de la ciudad, cuando asistieron á la conquista de la ciudad de Sevilla, les hizo en ella repartimientos don Fernando el Santo, y habiendo examinado este documento en el archivo de una casa ilustre, según dice, sólo breves renglones consagra á una noticia cuya importancia exigía mayor detención y detalle. No tardará en comprender el Sr. Gil, si continúa como debe y le aconsejamos, dedicando su talento á la historia de su provincia, de que es este libro tan plausible ensayo, no tardará en conocer que se halla casi entera esa historia en la genealogía y en la vida de los hombres célebres, por haber sido la raza extremeña eminentemente individualista, y por otras razones que holgarían en este lugar. Análogo sentimiento produce la ligereza de otras indicaciones que quizás pueden encerrar tesoros desconocidos de noticias literarias, como las de las cortes de amor en el siglo XV, y la del Fulano de Almaraz, abuelo de la famosa heroína de Salamanca Doña María la Brava, que llamaron en Plasencia por el mismo siglo El Convidado de Piedra. Desde que D. Manuel Cañete publicó su notable estudio sobre la tragedia Josefina de Micael de Carvajal, es notorio que Plasencia fue centro de un gran movimiento literario al salir de la Edad Media; pero todavía las indicaciones que el Sr. Gil hace en esta obra nos inspiran el deseo de más profunda investigación que las que han facilitado al Sr. Cañete los manuscritos de Gil González Dávila en esta Academia conservados. Un Convidado de Piedra en el siglo XV y tan cerca de Trujillo, donde se cree que pasó su juventud el maestro Tirso de Molina, quizás es fuente de peregrinos descubrimientos para los historiadores de nuestro teatro nacional.
Aquel fuero de población juntamente con el municipal, ocupan las primeras páginas de la obra del Sr. Gil, aunque no con tanto detenimiento como el último en particular merece, juzgando por las escasas muestras que el mismo autor nos facilita, no mayores que las que dio Fr. Alonso Fernández en sus Anales de Plasencia, siendo así que el historiador moderno posee copia completa de él, é inserta el índice de sus materias más adelante al hablar de la confirmación que le otorgó D. Fernando el Emplazado. Reconoce, sin embargo, el Sr. Gil su importancia, encareciéndonos el espíritu democrático que presidió á la fundación y las novedades que introducía en el derecho de Castilla, al dar á las madres la patria potestad, ni más ni menos que hoy, al cabo de siete siglos, una legislación novísima lo establece, y nivelando á las clases sociales en tal manera, que los condes é infanzones que se avecindaran en la ciudad, habían de tener tales fueros y penas como los demás vecinos. También limitaba á dos solamente el número de los palacios que podían edificarse, uno para el Rey y otro para el Obispo, singularidad por cierto muy digna de reparo.
Vicente Barrantes |
Echase de ver por estas breves indicaciones que las Siete centurias de la historia de Plasencia que publica en aquella ciudad de Extremadura D. Alejandro Matías Gil, ofrecen verdadero interés histórico y literario, á pesar de algunos lunares de estilo y de plan, hijos probablemente de la inexperiencia del autor que parece nuevo en estos altos estudios".Madrid 14 de Diciembre de 1877. -V. BARRANTES.
José Antonio Pajuelo Jiménez . Pedro Luna Reina.
"CREANDO CULTURA".
José Antonio Pajuelo Jiménez . Pedro Luna Reina.
"CREANDO CULTURA".
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