LOS PICAPIEDRAS
ARQUEOLOGOS
Hoy
les vamos a contar dos historias que sucedieron en el mismo lugar con una
diferencia de 37 años.
La
Primera nos la relató don Francisco Mirón en un artículo que escribió para el
Periódico “El Regional” en el año 1965.
Es
ahora, en la florida primavera, cuando podemos hacer estas excursiones en busca
del pasado, ya que el duro clima de la alta Extremadura no nos permite en otras
ocasiones estas salidas en pro de la Ciencia.
Pasamos
por el pintoresco barrio de la “Data”, que en aquella hora empezaba a
despertar, pero nosotros seguimos impertérritos.
Nada
nos importaba más que nuestro afán de nuestras investigaciones arqueológicas.
Y
andar, andar… cuando don Vicente paró su burra en seco con recio tirón del
ramal y exclamó ¡alto! ¡Eureka! ¿Qué es esto?... y se bajó de un salto de su
pacífica jumenta extrañada del violento tirón.
-Nada
importante, le digo a don Vicente, no es más que una piedra larga clavada en el
suelo, acaso una vulgar miniatura de “menhir” de los muchos que ya conocemos.
-Lo
mismo opino, exclama don Feliciano…
-¡Son
ustedes unos perfectos zoquetes! Esto, señores, es una estela funeraria. ¿No
ven que contiene un petroglifo? Yo lo descifraré, y puesto que está en
abreviatura, esto es griego para ustedes, y en efecto, lo es, aunque grabado en
este luengo peñasco vertical, al parecer en sílabas, que no son otra cosa que
palabras abreviadas según costumbres de los griegos arcaicos en sus escritos
pétreos.
Y
don Vicente se arma de lupa, no sabemos por qué, pues está era más pequeña que
aquellos caracteres cabalísticos.
Siempre
le hemos considerado a don Vicente un portento en esta ciencia de la
Arqueología prehistórica, y le dejamos hacer dispuestos a esperar con
paciencia, mientras que para distraernos contemplábamos el agreste paisaje de
rocas revueltas como movidas por espantables cataclismo por un lado, y por el
otro, las ondas rizadas por la suave brisa del algo lejano rio Jerte…
-¡Este
tío es un pelmazo, y nos va a dar el día con su ciencia!
-Calma,
don Feliciano, más respeto por los sabios, tomemos el ejemplo de las burras que
no muestran impaciencia.
Don
Vicente sudaba por el esfuerzo mental, y por el calor del sol que ya picaba
sobre nuestras viejas epidermis, y miraba concentrado con su lupa, y
escribiendo en su cuaderno de notas.
Próximamente
a la hora de su investigación nos dice: -¡Ya está, esto es un hallazgo
formidable! ¡Esto demuestra plenamente la existencia de Ambracia, o lugar donde
Alfonso VIII fundó Plasencia.
Creo
que estamos en territorio de lo que fue una colonia griega.
-¿Está
usted, seguro que este peñasco no es un “lindón” de fincas?
-¿Y
usted, no está seguro de que es un galápago por su torpeza?
Cuando
yo lo digo…
Sepan
ustedes que los dialectos griegos (dorio, jonio y colio) se fundieron en una
lengua común llamada “Korie” en la que se usaba la abreviatura en su escritos, lo mismo en papiros que en
los petroglifos y como yo lo conozco, he traducido los siguiente:
“Antígono,
el llamado Poliorcetes, o conquistador de ciudades, murió aquí en defensa de
Ambracia: Que la tierra le sea leve.
Saben
ustedes también, que estos monumentos funerarios no se erigían solamente con
menhires y estelas, en dólmenes y Crónlechs, cuya costumbre parodiaron los
griegos arcaicos, de otros tiempos remotísimos.
Las
escrituras en abreviatura perduraron en tiempos de etruscos y romanos…
Mientras,
yo miraba la piedra en cuestión, cuyo grabado acentuaba la oblicuidad de la luz
del sol, y tomando papel y lápiz dibujé su forma y escritos copiados
literalmente: era en forma de escritura
china o sea con sílabas superpuestas, así: NA-VA-LON-GUI-LLA.
Presenté
mi dibujo a los picapiedras don Feliciano y don Vicente, este palideció
intensamente, mientras el otro empezó a cantar a grito pelado una copla
folklórica de Garganta de la Olla:
“Alegraos
mocitas que viene el toro,
Viene
por los castaños de Romangordo.
¡De
Romangordo!
Acertó
don Feliciano: el inhiesto peñasco era un “lindón” que marcaba el límite de la
dehesa de “NAVALONGUILLA” puesto allí desde sabe Dios qué época.
Y
los tres arqueólogos picapiedras montamos en nuestras borricas y regresamos sin
hablar una palabra, respetando el silencio de don Vicente que afrentado y
mohíno callaba.
Así
se escribe la prehistoria, porque esto es….
Prehistórico.
SEGUNDA PARTE
Pues bien, en el año 2002 nos informan al entonces Equipo de Investigación de “Pedro de Trejo” , que cerca de la Presa del rio Jerte han visto unas piedras con unas inscripciones que no sabían que querían decir.
Este
grupo estaba formado por José Antonio Pajuelo, Pepe Gutiérrez, Pedro Plaza y
Pedro Luna.
En el mes de julio de ese año, nos acercamos a ver la piedra de las inscripciones, y para facilitar su lectura nos llevamos tiza, trapos y agua.
Una
vez localizadas las piedras, pues había varias, todas ellas eran hitos, lindones, mojones, los cuales tenían unos dos metros de altura y
estaban en medio de los muros de piedra que separan las fincas. Las piedras
tenían grabadas unas una cruz y
otras inscripciones. Procedimos a
limpiar una de ellas que tenía inscripción, de líquenes y tierra acumulada a
través de los años y una vez limpia le pasamos la tiza por toda la superficie
escrita, quedando resaltadas las letras grabadas.
Nos
costó bastante tiempo poder descifrar lo que allí estaba escrito, pero al fin
lo pudimos leer.
En
la piedra decía; DESLINDE DE
NAVALONGUILLA, es decir que esa pared separaba la finca de Navalonguilla de
la de Valcorchero.
Una
vez leída y fotografiada la piedra y las otras de la pared, limpiamos con agua
la tiza que habíamos utilizado para su lectura y regresamos a la ciudad.
Como
se puede ver, fuimos el segundo equipo de “Picapiedras Arqueólogos”, que
sepamos, que investigaron las piedras.
Si
hubiésemos leído el artículo del maestro Mirón, habríamos adelantado mucho en
la traducción, pues aunque no divagamos como don Vicente, si leíamos cosas
raras en los caracteres pétreos.
En
fin que nosotros, al igual que ellos tropezamos con la misma piedra.
José Antonio Pajuelo Jiménez – Pedro Luna Reina- José Gutiérrez Delgado
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