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jueves, 1 de marzo de 2018

ANECDOTARIO PLACENTINO. LOS GRILLOS DE DON EDUARDO.

LOS GRILLOS DE  DON EDUARDO
Hace más de un siglo, a finales del XIX, en la esquina de la Plaza y en la primera casa de la calle del Rey, había una botica en cuyo pequeño escaparate ostentaba una gran bola de cristal azulado soportada por un pedestal  de madera barnizada, que era el distintivo obligado de todas las antiguas farmacias. Los chicos la miraban, embobados por la esfera transparente, así como a los tarros de cristal llenos de pastillas de leche de burra y también de goma, predilecta golosina para los paladares infantiles.
Don Eduardo el farmacéutico que regentaba la botica era un señor pulcramente vestido, alto  y delgado, de aspecto venerable que a la grey infantil les parecía la esterilizada figura de D. Quijote del famoso libro de Cervantes que leían en la escuela y se usaba también para la escritura del dictado. Fue D. Eduardo y tipo clásico del hidalgo español muy estirado y serio.
Todos los actos de su vida estaban presididos, por una honorabilidad y un patriotismo intachable, como nos cuentan los que le conocieron. Fue Presidente  de la Hermandad “Paz Y Caridad”, asociación benemérita que tenía por objeto principalmente facilitar la comida a los pobres en Nochebuena, en Semana Santa y asistir a los últimos momentos a los ajusticiados.
Hubo personas que por los años sesenta, del siglo XX, aun recordaban que cuando eran niños la última ejecución que se efectuó en Plasencia, en la que intervino la “Paz y caridad”, y que no viene a cuento relatar. Por entonces a los niños se les hacía presenciar el terrible espectáculo, como ejemplaridad, y a fe de ello muchos tenían un recuerdo imborrable., a pesar de su corta edad. Más tarde D. Eduardo, junto con D, José Benavides Checa  organizaron la Cruz Roja Española de la localidad, que tanto contribuyo a la caritativa labor de socorrer a los repatriados de la guerra de cuba, por lo que se concedió a la ciudad el preciado titulo de la “Muy Benéfica”.
Plaza Mayor de Plasencia  por los años 1922
Se le recuerda también en muchas manifestaciones tumultuosas del pueblo placentino, que se celebraban  con motivo de los diferentes episodios de esta guerra, abundante como siempre ingestas heroicas del Ejercito Español, se quemo en  la Plaza la efigie de un general enemigo, cuyo nombre no puedo precisar. El pelele lleno de paja, salió de la casa de D. Eduardo, quién vistió al grotesco muñeco de levita y sombrero de copa, prenda procedente de su guardarropa.
Pero en contraste con esto, nuestro buen boticario, era en el fondo un humorista, un tanto socarrón como buen placentino, , pues como os voy a contar lo demuestra.
Don Eduardo tenía una gran pasión, era un enamorado de los grillos, cosa, cosa que denotaba también una infantilidad candorosa.
Poseía una abundante cantidad e jaulas de todos los tamaños y formas divididas en compartimientos del tamaño adecuado para estos simpáticos insectos ortópteros, que como muchos sabréis  es necesarios alojarlos individualmente, porque estando juntos se pelean entre si y se manta por encarnizamiento o ferocidad.
Tenía jaulas  de viviendas en bloque, las había con solución vertical como  los rascacielos, otras en hileras horizontales y también individuales. El arte estaba representado por algunas jaulas primorosas de marquetería, que era una imitación del estilo colonial, tan en moda por aquellos tiempos.
Creo que D. Eduardo fue un vidente de la moderna arquitectura. La población grillera era aproximadamente de unos trescientos habitantes que nuestro boticario colocaba con notable ordenación estética alrededor  de las ventanas de la fachada que da a la calle del Rey.
Figuraos el estruendoso  guirigay que se formaba en aquella vecindad con los trescientos cantores , porque todos los hemos oídos esparcidos en el campo, perdiéndose sus cantos en la lejanía, pero tal cantidad juntos en el encajonamiento de una estrecha calle, es algo que no se puede narra, y menos aguantar, sobre todo en el silencio de la noche. Era para comparecer a los vecinos más próximos, pues yo creo que D. Eduardo para dormir tenía que narcotizarse, si no no concibo como pudiese dormir;  lo que en estas líneas es rigurosamente cierto.
La música empezaba por el mes de Mayo de cada año, y era uno de los festejos obligados de la Feria, en aquel entonces se celebraba en ese mismo mes, siendo el espectáculo asombroso y regocijo de los forasteros que acudían.
La adquisición de los grillos la efectuaba D. Eduardo estableciendo con los chicos de la población una especie de mercado negro, en razón de color de estos inofensivos animalitos, pagándolos a perra chica cada ejemplar, y a un real, naturalmente, por cada grillo real que los muchachos le facilitaban. Me acuerdo de chico haberlos visto a estos monarcas ortópteros, que son una especie de grillo con alas blancas, que suele criarse en las huertas y es muy dañino, porque se suele alimentar don gran voracidad de las raíces de las legumbres, cebollas etc.,
En la esquina se puede leer "Botica". Año 1916

La comida diaria de las fierecillas, las resolvía D. Eduardo con una buena lechuga, que con gran paciencia dividía equitativamente entre los artistas. Estas lechugas valían en aquellos tiempos cinco céntimos.
Por lo tanto el presupuesto anual del armónico concierto era  de unos cinco duros según los cálculos del cronista de la época, incluyendo la reposición de bajas por muerte natural, o por suicidio, pues estos bichitos en su afán de libertad se ahorcaban no pocas veces entre los alambres de las jaulas.
De todo esto resulta que D. Eduardo despertó entre los niños placentinos una desmedida afición cinegética practicando la caza del grillo, y era de oír por todas las calles de la ciudad el estridente canto de los insectos sobrantes del mercado.
Como no podía menos de suceder, hubo también algunos muchachos imitadores, que fabricaban como podían sus jaulas con botes de lata y cajas de cartón agujereadas  y cazaban sus grullos con la leve pajita hurgando en sus pequeñas madrigueras como muchos de nosotros lo hacíamos no hace muchos años.
Algunos experimentaban la agradable sensación de tener el grillo cantando bajo la boina. El grillo sin duda se creía en la oscuridad , el calor y la pelambrera de estar como en hierba frondosa, que se encuentra en una noche de verano y frota con suave deleite sus pequeñas añas que hacen el ruido de su sonoro canto de manera incomprensible, con una de las tantas maravillas de la Naturaleza.
En vida de D, Eduardo, bien puede decirse que Plasencia pasó por la era del grillo.
Parecerá increíble que ningún Alcalde pusiera coto al espantoso estruendo de la calle del Rey, pues acaso fuera por ser un caso no previsto en las Ordenanzas Municipales.

Biografía: Periódico el Regional año 1952.  Francisco Mirón.

Jose Antonio Pajuelo Jimenez - Pedro Luna Reina
                                                  
                          


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