LOS GRILLOS DE DON EDUARDO
Hace más de un siglo, a finales
del XIX, en la esquina de la Plaza y en la primera casa de la calle del Rey,
había una botica en cuyo pequeño escaparate ostentaba una gran bola de cristal
azulado soportada por un pedestal de madera
barnizada, que era el distintivo obligado de todas las antiguas farmacias. Los
chicos la miraban, embobados por la esfera transparente, así como a los tarros
de cristal llenos de pastillas de leche de burra y también de goma, predilecta
golosina para los paladares infantiles.
Don Eduardo el farmacéutico que
regentaba la botica era un señor pulcramente vestido, alto y delgado, de aspecto venerable que a la grey
infantil les parecía la esterilizada figura de D. Quijote del famoso libro de Cervantes
que leían en la escuela y se usaba también para la escritura del dictado. Fue
D. Eduardo y tipo clásico del hidalgo español muy estirado y serio.
Todos los actos de su vida
estaban presididos, por una honorabilidad y un patriotismo intachable, como nos
cuentan los que le conocieron. Fue Presidente
de la Hermandad “Paz Y Caridad”, asociación benemérita que tenía por
objeto principalmente facilitar la comida a los pobres en Nochebuena, en Semana
Santa y asistir a los últimos momentos a los ajusticiados.
Hubo personas que por los años
sesenta, del siglo XX, aun recordaban que cuando eran niños la última ejecución
que se efectuó en Plasencia, en la que intervino la “Paz y caridad”, y que no
viene a cuento relatar. Por entonces a los niños se les hacía presenciar el
terrible espectáculo, como ejemplaridad, y a fe de ello muchos tenían un
recuerdo imborrable., a pesar de su corta edad. Más tarde D. Eduardo, junto con
D, José Benavides Checa organizaron la
Cruz Roja Española de la localidad, que tanto contribuyo a la caritativa labor
de socorrer a los repatriados de la guerra de cuba, por lo que se concedió a la
ciudad el preciado titulo de la “Muy Benéfica”.
Plaza Mayor de Plasencia por los años 1922 |
Se le recuerda también en muchas
manifestaciones tumultuosas del pueblo placentino, que se celebraban con motivo de los diferentes episodios de
esta guerra, abundante como siempre ingestas heroicas del Ejercito Español, se
quemo en la Plaza la efigie de un
general enemigo, cuyo nombre no puedo precisar. El pelele lleno de paja, salió
de la casa de D. Eduardo, quién vistió al grotesco muñeco de levita y sombrero
de copa, prenda procedente de su guardarropa.
Pero en contraste con esto,
nuestro buen boticario, era en el fondo un humorista, un tanto socarrón como
buen placentino, , pues como os voy a contar lo demuestra.
Don Eduardo tenía una gran
pasión, era un enamorado de los grillos, cosa, cosa que denotaba también una
infantilidad candorosa.
Poseía una abundante cantidad e
jaulas de todos los tamaños y formas divididas en compartimientos del tamaño
adecuado para estos simpáticos insectos ortópteros, que como muchos
sabréis es necesarios alojarlos
individualmente, porque estando juntos se pelean entre si y se manta por
encarnizamiento o ferocidad.
Tenía jaulas de viviendas en bloque, las había con
solución vertical como los rascacielos,
otras en hileras horizontales y también individuales. El arte estaba
representado por algunas jaulas primorosas de marquetería, que era una
imitación del estilo colonial, tan en moda por aquellos tiempos.
Creo que D. Eduardo fue un
vidente de la moderna arquitectura. La población grillera era aproximadamente
de unos trescientos habitantes que nuestro boticario colocaba con notable
ordenación estética alrededor de las
ventanas de la fachada que da a la calle del Rey.
Figuraos el estruendoso guirigay que se formaba en aquella vecindad
con los trescientos cantores , porque todos los hemos oídos esparcidos en el
campo, perdiéndose sus cantos en la lejanía, pero tal cantidad juntos en el
encajonamiento de una estrecha calle, es algo que no se puede narra, y menos
aguantar, sobre todo en el silencio de la noche. Era para comparecer a los
vecinos más próximos, pues yo creo que D. Eduardo para dormir tenía que
narcotizarse, si no no concibo como pudiese dormir; lo que en estas líneas es rigurosamente
cierto.
La música empezaba por el mes de
Mayo de cada año, y era uno de los festejos obligados de la Feria, en aquel
entonces se celebraba en ese mismo mes, siendo el espectáculo asombroso y
regocijo de los forasteros que acudían.
La adquisición de los grillos la
efectuaba D. Eduardo estableciendo con los chicos de la población una especie
de mercado negro, en razón de color de estos inofensivos animalitos, pagándolos
a perra chica cada ejemplar, y a un real, naturalmente, por cada grillo real que
los muchachos le facilitaban. Me acuerdo de chico haberlos visto a estos
monarcas ortópteros, que son una especie de grillo con alas blancas, que suele
criarse en las huertas y es muy dañino, porque se suele alimentar don gran
voracidad de las raíces de las legumbres, cebollas etc.,
En la esquina se puede leer "Botica". Año 1916 |
La comida diaria de las
fierecillas, las resolvía D. Eduardo con una buena lechuga, que con gran
paciencia dividía equitativamente entre los artistas. Estas lechugas valían en
aquellos tiempos cinco céntimos.
Por lo tanto el presupuesto anual
del armónico concierto era de unos cinco
duros según los cálculos del cronista de la época, incluyendo la reposición de
bajas por muerte natural, o por suicidio, pues estos bichitos en su afán de
libertad se ahorcaban no pocas veces entre los alambres de las jaulas.
De todo esto resulta que D.
Eduardo despertó entre los niños placentinos una desmedida afición cinegética
practicando la caza del grillo, y era de oír por todas las calles de la ciudad
el estridente canto de los insectos sobrantes del mercado.
Como no podía menos de suceder,
hubo también algunos muchachos imitadores, que fabricaban como podían sus
jaulas con botes de lata y cajas de cartón agujereadas y cazaban sus grullos con la leve pajita
hurgando en sus pequeñas madrigueras como muchos de nosotros lo hacíamos no
hace muchos años.
Algunos experimentaban la
agradable sensación de tener el grillo cantando bajo la boina. El grillo sin
duda se creía en la oscuridad , el calor y la pelambrera de estar como en
hierba frondosa, que se encuentra en una noche de verano y frota con suave
deleite sus pequeñas añas que hacen el ruido de su sonoro canto de manera
incomprensible, con una de las tantas maravillas de la Naturaleza.
En vida de D, Eduardo, bien puede
decirse que Plasencia pasó por la era del grillo.
Parecerá increíble que ningún
Alcalde pusiera coto al espantoso estruendo de la calle del Rey, pues acaso
fuera por ser un caso no previsto en las Ordenanzas Municipales.
Biografía: Periódico el Regional
año 1952. Francisco Mirón.
Jose Antonio Pajuelo Jimenez - Pedro Luna Reina
Jose Antonio Pajuelo Jimenez - Pedro Luna Reina
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