LOS ÓRGANOS DE LA
CATEDRAL PLACENTINA
Buscando
entre nuestros viejos papeles, encontramos un artículo de don Domingo Sánchez
Loro, que publicó el añorado diario “El Regional” por la década de los sesenta
del siglo pasado. Siguiendo nuestro lema de “Crear Inquietudes” no nos
resignamos a publicarlo, pues consideramos que tiene muchos datos de interés
para las personas amantes de nuestra historia.
El artículo dice así:
DOMINGO SÁNCHEZ
LORO – DIARIO EL REGIONAL
Siempre
tuvo la catedral placentina buena música de organería, cantores graves de voz
concertada y mozos de coro que hacían de triples en las obras de contrapunto y
entonaban las salmodias, antífonas e himnos, en las horas divinales. La música
de la catedral suspendía el ánimo, levantaba el espíritu hacia Dios y era mina
de regocijo perpetuo en el oído.
Ya
el Papa Inocencio IV, en el estatuto fundacional de esta iglesia, aprobado en
Asís el día 29 de mayo de 1254, dice que “al oficio de chantre pertenece
disponer el coro e introducir en él a los beneméritos e idóneos… para lo cual
examine diligentemente a los que ha de admitir
en primer lugar, acerca de las costumbres; en segundo acerca de su
nacimiento; en tercero, acerca de la competente instrucción, así en la lectura
como en el canto. Y no admita a nadie en el coro, si en esta forma no fuere
hallado idóneo”. La pitanza era larga, por ser la renta cuantiosa. La
selección, en costumbres, nacimiento y arte, afinada. El Resultado una
maravilla.
Los
órganos de la catedral vieja se hallaban en el trascoro. Así los describe, en
el siglo XV, el racionero don Juan de Varajas, que manda ciertos responsos
sobre su enterramiento, en el trascoro, “a raíz de una pared donde están unos
órganos a mano derecha”.
Estos
órganos tenían buenos tañedores. Había en la ciudad organeros de crédito. El
más antiguo de que hallamos noticia es Juan González, maestro organero, que, en
1425, fue testigo en la escritura de venta del Arenalejo.
Hasta
los moros se habían metido a componer órganos: en 1434, el moro Amat, organero
y tejedor, tenía en la plaza su morada, en arriendo, en el portal del Pan.
Don
Diego de Jerez, ilustre deán placentino, fue gran aficionado a gozar de
toda hermosura.
Como
deán, presidía el cabildo y se ocupó siempre en aderezar bien los órganos.
En
28 de marzo de 1500, el cabildo encargó a don Enrique de Guzmán, tesorero
y mayordomo de la fábrica y a otros
visitadores que se ocupen en hacer afinar los órganos y cuiden de que sean bien
compuestos: los arregló el maestro Cristóbal Cortejo.
Pero
don Diego, el deán, no estaba satisfecho. Quiere mayor esplendor en el culto
divino y, pues las rentas del cabildo lo permiten, propuso, y sí se acordó, en
febrero de 1503, escribir e iluminar los libros corales, reparar y mejorar los
órganos viejos y hacer otro nuevo, de la mejor traza entonces conocida. Se
encomendó este cuidado nada menos que a un consejero de los Reyes Católicos y
canónigo de esta iglesia catedral, al licenciado don Juan López del Barco. El
maestro Cristóbal Cortejo había hecho ya lucidos trabajos de organería a
satisfacción del cabildo. El se encargó de reparar los viejos y construyó uno
nuevo en el que agotó su ciencia y maestría en el oficio. Importó el órgano
nuevo 40.000 maravedíes.
El
maestro organero Cristóbal Cortejo llegó a ser famoso en todo el reino. Hizo
los órganos de Coria y otros muchos en la provincia de Extremadura. Los que se
conservan con la admiración de nuestros días. Los organistas de la catedral, en
tiempos de don Diego de Jerez, se llamaban Andrés Martín y un tal Francisco.
Don
Gómez de Jerez, que era hijo de don Diego de Jerez y por designación suya ocupó
el deanato, heredó el buen gusto por la música y puso desvelo en atender a los
órganos y a la cantoría. El año 1522, volvió a Plasencia el organero Cristóbal
Cortejo, ya casi anciano y en la cumbre de su fama. Don Gómez propuso al
cabildo aprovechar la estancia en Plasencia del famoso organero: se encomendó a
don Hernando de Villalva, racionero, mayordomo de la fábrica y deudo del sin
par Coronel don Cristóbal, el arreglo y perfecta afinación de los órganos.
Nadie en ello igualaba al maestro Cortejo, por la experiencia en el oficio, por
la finura en el oído, por el amor a su arte. Hizo con esmero su trabajo –el órgano
nuevo era obra de sus manos- los teclados, fuelles, registros y tono quedaron
listos para muchos años, mientras duró aquel siglo.
Las
obras de la nueva catedral iban muy adelantadas. A sus tiempos, trajeron de la
vieja ciertos altares para el culto, el sagrario, la sillería del coro y los
órganos. Los dos viejos se pusieron a los lados del coro, uno a la derecha,
otro a la izquierda. El nuevo se instaló sobre la puerta que da al oriente, en
un armazón y soporte de gran hermosura y bien aderezada con motivos referentes
al arte musical. (Allí luce su donaire en piedra el tamborilero de la Alta
Extremadura). Tenía ya la iglesia un realejo y órgano portátil, para llevarlo a
las parroquias, conventos y ermitas, cuando a ellas asista el cabildo.
(Ignoramos quién construyó el realejo, pero hay sospechas de que este y el que
había en Yuste, conservado hoy en el Escorial serían obra del maestro Cristóbal
Cortejo).
El
organero Melchor de Tovar, en 1600, trasladó los órganos de la catedral vieja a
la nueva, hizo su instalación y los restauró de manera que parecían nuevos.
Solo debían parecerlo, porque, en 1604 abonó 8.000 maravedíes al maestro Juan
Francisco Fabri por las restauraciones hechas en los tres órganos. Vivía este
organero en Plasencia y tuvo mucho tiempo a su cargo el arreglo y afinación de
los órganos por el sueldo anual de 10.000 maravedíes. Así el cabildo se libró
de este cuidado y la música de organería siempre estaba en su punto.
El
año 1651- había muerto ya el organero Juan Francisco Fabri – abona el cabildo
al maestro Salazar 5.000 reales, precio convenido por su trabajo en restaurar
los órganos y afinar el realejo. El órgano grande fue ampliado con “nuevas
diferencias”.
Seguía
el arte de la música gozando en Plasencia su antiguo esplendor. Tuvo la iglesia
maestros de capillas con mucho renombre. Tal, don Gregorio de Salinas, compositor eximio, que ejerció su
oficio muchos años en la catedral y al morir en 1672, dejó una rica colección
de obras al servicio de la iglesia.
Durante
el siglo XVIII apenas necesitaron afinación ni compostura los órganos
catedralicios.
Hasta
el año 1887, no se hizo en ellos reparación de importancia.
Entonces
el maestro organero Marcial Rodríguez, natural y vecino de Ávila, restauró y
puso nuevo fuelle al órgano grande; modificó y perfeccionó el que estaba a la
derecha del coro; afinó el de la izquierda. Su trabajo importó 28.800 reales.
El realejo apenas se usaba, por andar muy consumido. (Aunque viejo, todavía se
conserva, como reliquia, en la catedral.
En
nuestro siglo… mejor es no hablar. Organeros sin conciencia… - ¡ bendigamos la
memoria de Juan González, del moro Amat, de Cristóbal Cortejo, de Melchor de
Tovar, de Juan Francisco Fabri, del maestro Salazar, de Alonso Chavarrías, de
fray Domingo de Aguirre, de Manuel de la Viña, de Marcial Rodríguez…., viejos
organeros, honrados en su oficio, porque honradamente hicieron sus obras de
organería en nuestra catedral!.
Organeros
sin conciencia, en nuestro siglo engañaron al cabildo –no es su oficio entender
de organería- y, so pretexto de instalar uno moderno a la derecha del coro
desmantelaron y se llevaron la tubería de los órganos viejos, espléndida,
inigualable en la pureza de sus timbres. Cual ya no se construyen.
Por
ventura, ha pocos años, el cabildo, con buen gusto, con sentido histórico, ha
vuelto el órgano grande sobre la puerta de oriente a su traza primera, con
fuelles y consola eléctrica.
Pero
las tuberías de los antiguos – las que se llevaron- grandiosas, con aleaciones
sin mácula, que durante siglos loaron a Dios en los oficios divinos, andarán
fundidos y empleadas en más bajos menesteres: a todo da lugar el ansia
materialista de nuestros días.
De
los otros órganos que había en Plasencia, solo el de san Francisco aguantaba
comparación y acaso excedía en méritos a los tres de la catedral. Era obra del
maestro Benito Vaquero.
(Cuando
mediaba el siglo XIX, arreciaron los aires masónicos que entraron por Gibraltar
y pasaron al antro que floreció en Madrid, en la calle de san Bernardo. Se
dieron maña a que un hombre sin seso, Mendizábal, bien graduado en las logias,
manchase el honor de España ocupando su gobierno. Ruin pelele, manejado por
“hermanos triangulares” y sumiso a los “consejos” que venían de Gran Bretaña,
dispuso el sacrilegio de la desamortización).
Los
religiosos del convento de san Francisco en Plasencia, fueron exclaustrados:
allí quedó el órgano al arbitrio de gente vil y agamberrada, que arrancaron el
marfil del teclado y los juegos de trompetería, para regocijo de pequeñuelos en
los arrabales de la ciudad.
El
cura de san Esteban, don Manuel Gabriel de León, obtuvo licencia para llevar el
órgano a su iglesia parroquial. Mucho gozaron con ello los buenos placentinos
y, generosos, contribuyeron al traslado: Vicente Sánchez, maestro armero,
trabajó en los registros y fuelles; Bernabé Ovejero, ebanista, recompuso el
armazón; fray Juan Muñoz, lego dominico del convento de san Vicente, puso los
registros y concertó las tuberías. Salvaron gran parte del valioso instrumento.
Todos
hicieron su trabajo gratuitamente, por amor de Dios. El día de Santiago, 25 de
julio de 1838, se cantó en san Esteban la primera misa con acompañamiento de
órgano. La tocó el lego dominico fray Juan Muñoz.
Los conventos e iglesias placentinas conservan órganos del viejo sistema; buenos, aunque no comparables a los viejos de la catedral ni al de san Francisco. Los teclados, fuelles, registros y mecanismo interno para la distribución del aire, pueden y deben modernizarse. Pero…. ¡ojo con los juegos de tubos, con el dorado exterior, que son excelentes!: no venga algún organero con labia, saque los dineros, se lleve los viejos tubos y, en trueco, deje organillos rutilantes de purpurina vistosa que pronto se convierten en sonajeros de lata.
José
Antonio Pajuelo Jiménez – Pedro Luna Reina.
"CREANDO CULTURA".
"CREANDO CULTURA".
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