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sábado, 16 de mayo de 2020

ORGANOS DE LA CATEDRAL. DATOS PARA LA HISTORIA DE PLASENCIA.

LOS ÓRGANOS DE LA CATEDRAL PLACENTINA

Buscando entre nuestros viejos papeles, encontramos un artículo de don Domingo Sánchez Loro, que publicó el añorado diario “El Regional” por la década de los sesenta del siglo pasado. Siguiendo nuestro lema de “Crear Inquietudes” no nos resignamos a publicarlo, pues consideramos que tiene muchos datos de interés para las personas amantes de nuestra historia.  El artículo dice así:

DOMINGO SÁNCHEZ LORO – DIARIO EL REGIONAL

Siempre tuvo la catedral placentina buena música de organería, cantores graves de voz concertada y mozos de coro que hacían de triples en las obras de contrapunto y entonaban las salmodias, antífonas e himnos, en las horas divinales. La música de la catedral suspendía el ánimo, levantaba el espíritu hacia Dios y era mina de regocijo perpetuo en el oído.
Ya el Papa Inocencio IV, en el estatuto fundacional de esta iglesia, aprobado en Asís el día 29 de mayo de 1254, dice que “al oficio de chantre pertenece disponer el coro e introducir en él a los beneméritos e idóneos… para lo cual examine diligentemente a los que ha de admitir  en primer lugar, acerca de las costumbres; en segundo acerca de su nacimiento; en tercero, acerca de la competente instrucción, así en la lectura como en el canto. Y no admita a nadie en el coro, si en esta forma no fuere hallado idóneo”. La pitanza era larga, por ser la renta cuantiosa. La selección, en costumbres, nacimiento y arte, afinada. El Resultado una maravilla.
Los órganos de la catedral vieja se hallaban en el trascoro. Así los describe, en el siglo XV, el racionero don Juan de Varajas, que manda ciertos responsos sobre su enterramiento, en el trascoro, “a raíz de una pared donde están unos órganos a mano derecha”.
Estos órganos tenían buenos tañedores. Había en la ciudad organeros de crédito. El más antiguo de que hallamos noticia es Juan González, maestro organero, que, en 1425, fue testigo en la escritura de venta del Arenalejo.
Hasta los moros se habían metido a componer órganos: en 1434, el moro Amat, organero y tejedor, tenía en la plaza su morada, en arriendo, en el portal del Pan.
Don Diego de Jerez, ilustre deán placentino, fue gran aficionado a gozar de toda  hermosura.
Como deán, presidía el cabildo y se ocupó siempre en aderezar  bien los órganos.
En 28 de marzo de 1500, el cabildo encargó a don Enrique de Guzmán, tesorero y  mayordomo de la fábrica y a otros visitadores que se ocupen en hacer afinar los órganos y cuiden de que sean bien compuestos: los arregló el maestro Cristóbal Cortejo.
Pero don Diego, el deán, no estaba satisfecho. Quiere mayor esplendor en el culto divino y, pues las rentas del cabildo lo permiten, propuso, y sí se acordó, en febrero de 1503, escribir e iluminar los libros corales, reparar y mejorar los órganos viejos y hacer otro nuevo, de la mejor traza entonces conocida. Se encomendó este cuidado nada menos que a un consejero de los Reyes Católicos y canónigo de esta iglesia catedral, al licenciado don Juan López del Barco. El maestro Cristóbal Cortejo había hecho ya lucidos trabajos de organería a satisfacción del cabildo. El se encargó de reparar los viejos y construyó uno nuevo en el que agotó su ciencia y maestría en el oficio. Importó el órgano nuevo 40.000 maravedíes.
El maestro organero Cristóbal Cortejo llegó a ser famoso en todo el reino. Hizo los órganos de Coria y otros muchos en la provincia de Extremadura. Los que se conservan con la admiración de nuestros días. Los organistas de la catedral, en tiempos de don Diego de Jerez, se llamaban Andrés Martín y un tal Francisco.
Ellos tocaron en las famosas y extrañas exequias de este deán.


Don Gómez de Jerez, que era hijo de don Diego de Jerez y por designación suya ocupó el deanato, heredó el buen gusto por la música y puso desvelo en atender a los órganos y a la cantoría. El año 1522, volvió a Plasencia el organero Cristóbal Cortejo, ya casi anciano y en la cumbre de su fama. Don Gómez propuso al cabildo aprovechar la estancia en Plasencia del famoso organero: se encomendó a don Hernando de Villalva, racionero, mayordomo de la fábrica y deudo del sin par Coronel don Cristóbal, el arreglo y perfecta afinación de los órganos. Nadie en ello igualaba al maestro Cortejo, por la experiencia en el oficio, por la finura en el oído, por el amor a su arte. Hizo con esmero su trabajo –el órgano nuevo era obra de sus manos- los teclados, fuelles, registros y tono quedaron listos para muchos años, mientras duró aquel siglo.
Las obras de la nueva catedral iban muy adelantadas. A sus tiempos, trajeron de la vieja ciertos altares para el culto, el sagrario, la sillería del coro y los órganos. Los dos viejos se pusieron a los lados del coro, uno a la derecha, otro a la izquierda. El nuevo se instaló sobre la puerta que da al oriente, en un armazón y soporte de gran hermosura y bien aderezada con motivos referentes al arte musical. (Allí luce su donaire en piedra el tamborilero de la Alta Extremadura). Tenía ya la iglesia un realejo y órgano portátil, para llevarlo a las parroquias, conventos y ermitas, cuando a ellas asista el cabildo. (Ignoramos quién construyó el realejo, pero hay sospechas de que este y el que había en Yuste, conservado hoy en el Escorial serían obra del maestro Cristóbal Cortejo).
El organero Melchor de Tovar, en 1600, trasladó los órganos de la catedral vieja a la nueva, hizo su instalación y los restauró de manera que parecían nuevos. Solo debían parecerlo, porque, en 1604 abonó 8.000 maravedíes al maestro Juan Francisco Fabri por las restauraciones hechas en los tres órganos. Vivía este organero en Plasencia y tuvo mucho tiempo a su cargo el arreglo y afinación de los órganos por el sueldo anual de 10.000 maravedíes. Así el cabildo se libró de este cuidado y la música de organería siempre estaba en su punto.
El año 1651- había muerto ya el organero Juan Francisco Fabri – abona el cabildo al maestro Salazar 5.000 reales, precio convenido por su trabajo en restaurar los órganos y afinar el realejo. El órgano grande fue ampliado con “nuevas diferencias”.
Seguía el arte de la música gozando en Plasencia su antiguo esplendor. Tuvo la iglesia maestros de capillas con mucho renombre. Tal, don Gregorio  de Salinas, compositor eximio, que ejerció su oficio muchos años en la catedral y al morir en 1672, dejó una rica colección de obras al servicio de la iglesia.
Durante el siglo XVIII apenas necesitaron afinación ni compostura los órganos catedralicios.
Hasta el año 1887, no se hizo en ellos reparación de importancia.
Entonces el maestro organero Marcial Rodríguez, natural y vecino de Ávila, restauró y puso nuevo fuelle al órgano grande; modificó y perfeccionó el que estaba a la derecha del coro; afinó el de la izquierda. Su trabajo importó 28.800 reales. El realejo apenas se usaba, por andar muy consumido. (Aunque viejo, todavía se conserva, como reliquia, en la catedral.
En nuestro siglo… mejor es no hablar. Organeros sin conciencia… - ¡ bendigamos la memoria de Juan González, del moro Amat, de Cristóbal Cortejo, de Melchor de Tovar, de Juan Francisco Fabri, del maestro Salazar, de Alonso Chavarrías, de fray Domingo de Aguirre, de Manuel de la Viña, de Marcial Rodríguez…., viejos organeros, honrados en su oficio, porque honradamente hicieron sus obras de organería en nuestra catedral!.
Organeros sin conciencia, en nuestro siglo engañaron al cabildo –no es su oficio entender de organería- y, so pretexto de instalar uno moderno a la derecha del coro desmantelaron y se llevaron la tubería de los órganos viejos, espléndida, inigualable en la pureza de sus timbres. Cual ya no se construyen.
Por ventura, ha pocos años, el cabildo, con buen gusto, con sentido histórico, ha vuelto el órgano grande sobre la puerta de oriente a su traza primera, con fuelles y consola eléctrica.
Pero las tuberías de los antiguos – las que se llevaron- grandiosas, con aleaciones sin mácula, que durante siglos loaron a Dios en los oficios divinos, andarán fundidos y empleadas en más bajos menesteres: a todo da lugar el ansia materialista de nuestros días.
De los otros órganos que había en Plasencia, solo el de san Francisco aguantaba comparación y acaso excedía en méritos a los tres de la catedral. Era obra del maestro Benito Vaquero.
(Cuando mediaba el siglo XIX, arreciaron los aires masónicos que entraron por Gibraltar y pasaron al antro que floreció en Madrid, en la calle de san Bernardo. Se dieron maña a que un hombre sin seso, Mendizábal, bien graduado en las logias, manchase el honor de España ocupando su gobierno. Ruin pelele, manejado por “hermanos triangulares” y sumiso a los “consejos” que venían de Gran Bretaña, dispuso el sacrilegio de la desamortización).
Los religiosos del convento de san Francisco en Plasencia, fueron exclaustrados: allí quedó el órgano al arbitrio de gente vil y agamberrada, que arrancaron el marfil del teclado y los juegos de trompetería, para regocijo de pequeñuelos en los arrabales de la ciudad.
El cura de san Esteban, don Manuel Gabriel de León, obtuvo licencia para llevar el órgano a su iglesia parroquial. Mucho gozaron con ello los buenos placentinos y, generosos, contribuyeron al traslado: Vicente Sánchez, maestro armero, trabajó en los registros y fuelles; Bernabé Ovejero, ebanista, recompuso el armazón; fray Juan Muñoz, lego dominico del convento de san Vicente, puso los registros y concertó las tuberías. Salvaron gran parte del valioso instrumento.
Todos hicieron su trabajo gratuitamente, por amor de Dios. El día de Santiago, 25 de julio de 1838, se cantó en san Esteban la primera misa con acompañamiento de órgano. La tocó el lego dominico fray Juan Muñoz.

Los conventos e iglesias placentinas conservan órganos del viejo sistema; buenos, aunque no comparables a los viejos de la catedral ni al de san Francisco. Los teclados, fuelles, registros y mecanismo interno para la distribución del aire, pueden y deben modernizarse. Pero…. ¡ojo con los juegos de tubos, con el dorado exterior, que son excelentes!: no venga algún organero con labia, saque los dineros, se lleve los viejos tubos y, en trueco, deje organillos rutilantes de purpurina vistosa que pronto se convierten en sonajeros de lata.


José Antonio Pajuelo Jiménez – Pedro Luna Reina.

                    
                                                    "CREANDO CULTURA".



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