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sábado, 2 de septiembre de 2023

LA LEYENDA DEL BERROCAL

 

           EL BERROCAL –(LEYENDA)

Hoy les vamos a narrar una leyenda que nos contó  en noviembre  del año 1901,  don Pedro Sánchez Ocaña en el periódico   “El Noticiero Salmantino”

Don Pedro dedicó esta leyenda a su amigo don Joaquín Rosado Munilla, que era redactor  del periódico  “El Correo Placentino”

Como podemos ver, contiene varios errores históricos, pero tengamos en cuenta que solo es una leyenda.

 


 

Allá en el Occidente de la ciudad, y a pocos metros fuera de la muralla, se alzaba el orgulloso castillo de los antepasados de Aben El Ahmar, y que este había heredado de sus mayores, en unión de otras cuantiosas haciendas.

Era una fortaleza admirable, y en ella vivían felices el viejo Ahmar y su hija Sahara, una doncella de lo más hermoso que pudieran concebir las exaltadas imaginaciones de aquellos árabes.

En el citado castillo, era fama que se encerraban grandes tesoros, enterrados, y estas creencias vinieron a afirmarse, cuando sintiéndose morir el viejo El Ahmar, hizo colocar arriba, en lo alto de un enorme peñascal, una T, como indicando a su posteridad que bajo aquella letra se ocultaban sus fabulosos tesoros.

Momentos antes de morir el viejo El Ahmar, llamó a su hija, y con voz temblona y arrasados  de lágrimas los ojos, se expresó así:

- Hija mía, bien siento que no seas varón, para que continuaras las tradiciones gloriosas de nuestra casa; pero mujer y todo, bien puedes cumplir los deberes  que nuestro nombre te impone. Los cristianos empiezan a ganar terreno, y no pasará mucho tiempo sin que los tengamos a las puertas de nuestra hermosa Placencia. En mis últimas horas, solo te ruego que, si preciso fuera, emplees todos los tesoros que bajo la insignia inicial se esconden, en combatir contra esa turba maldita. Si así lo haces, ten en cuenta, hija mía, que Alah es muy grande, y El te premiará, y si no lo haces, El convierta mi oro en mar que te ahogue.

Momentos después de proferir la maldición aquella, expiró el viejo El Ahmar, quedando su hija desolada y llorando en una de las hermosas habitaciones del arabesco castillo.

Que los cristianos ganaban terreno lo veía cualquiera; y, sin embargo, la hermosa Sahara no se disponía a combatir.

Una tarde paseaba la musulmana por los accidentados alrededores de su castillo, en compañía de un antiguo siervo de la casa, cuando divisaron un grupo de cristianos que hacía Placencia  venían.

-¡Huyamos! – exclamó el siervo.

-¡Huye tu si quieres! – contestó la doncella. – Yo esperaré a pie firme y les suplicaré respeten mi castillo.

Y conforme lo había dicho, lo hizo.

Acercó su hermoso caballo a la musulmana el apuesto don García, y echando pie a tierra, habló con Sahara, por largo tiempo.

El secreto de esta primera conferencia, no ha dejado de serlo, ni se  sabe tampoco el precio por respetar su castillo exigiría  el cristiano a la doncella.

Pero aquella noche, después que el valeroso García se había replegado con su gente, hacia donde  las tropas cristianas tenían sus avanzadas, se vio salir del castillo a la musulmana, pálida y temblorosa y sentarse junto al peñascal que en su cima ostentaba la T que El Ahmar, había escrito.

Instantes después, cuando la luna empezaba a asomar por detrás de los picachos de Oriente, se oyó  el galopar de un caballo y se divisó a lo lejos la silueta de un apuesto doncel que hacia el citado sitio caminaba.


Cuando don García llegó, lanzó un suspiro la mora y apenas ató el cristiano su caballo, corrió hacia donde la doncella estaba y sonó un beso atronador, ardiente, cuyo eco parecía una carcajada sarcástica, conforme retumbaba entre las peñas…

La luna, se había obscurecido tras las vaporosas gasas…

Al despedirse, fijó don García sus ojos en la T, y preguntó a la musulmana  la solución de aquel signo.

-¡Son los tesoros de mis antepasados! – exclamó la doncella.

-Vamos a verlos – contestó el cristiano.

Y juntos bajaron una escalinata, pero al llegar a la sala subterránea de las riquezas, un torrente de agua  la inundó de pronto y envuelto entre las ondas desapareció para siempre el hermoso cuerpo de la musulmana.

Cuando loco de espanto salió de la cueva don García, montó en su caballo, y a galope tendido salió de aquellos sitios que creyó encantados.

Lejos ya del castillo, volvió la cabeza y vio claramente, al través de los primeros rayos del sol que nacía un letrero sangriento, del que la T de piedra era la primera letra…

No era tesoro lo que decía, sino ¡¡¡TRAIDORES!!!

Y aún se conservan en Plasencia, con el nombre de “El Berrocal” las ruinas del arabesco castillo, en cuyo alto se ve la T de piedra, como aún existe también la sala de agua que sepultó para siempre el cuerpo de la hermosa Sahara.

 

                    José Antonio Pajuelo Jiménez – Pedro Luna Reina- José Gutiérrez Delgado

 

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     Autor: Pedro Sánchez-Ocaña Acedo Rico.             

 

 

 

                         

 

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