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lunes, 12 de febrero de 2018

SEMANA SANTA SIGLO XVI


DOMINGO DE RAMOS PLACENTINO EN EL SIGLO XVI
Periódico “El Regional - martes 28 de mayo de 1961.

(Para el M. I. Sr. D. José Javier Echegaray, diligente Prefecto de Ceremonias de la S. I. Catedral)

Se conserva en nuestro Archivo un Misal propio para la Diócesis de Plasencia. Faltan las primeras hojas donde constaría la fecha y el lugar de la edición, pero los folios manuscritos en pergamino acreditan que se trata del introducido por el Obispo Vargas Carvajal a su vuelta del Concilio de Trento. Había ido allí con el Magistral, Dr. Porras, para asistir a las sesiones de la memorable Asamblea y preocuparse de la publicación del Misal Diocesano.
Son notables las particularidades litúrgicas contenidas en el mismo; no figurarían en este solo, pero algunas estaban todavía sin insertar en el Misal Romano.
Hablemos hoy del Domingo de Ramos según la liturgia placentina del siglo XVI.
Aquel Domingo que se llamaba “de los Ramos de las Palmas” distinguía perfectamente los dos aspectos de la solemnidad: el triunfo de Jesús en la entrada de Jerusalén y el pórtico de la Semana Santa.
Recordemos que las funciones litúrgicas consistían entonces casi el único espectáculo que el pueblo contemplaba. Era además muy de la época teatralizar en las distintas solemnidades los Misterios de la Religión.
En nuestra ciudad, según el Misal referido, se adornaba la Catedral como en los días grandes. Cantada Prima se bendecían los ramos por el Obispo, revestido de pluvial blanco y de cara al pueblo.
La bendición consta de una plegaria y un largo prefacio con alusiones a los olivos que aparecen en la Biblia y al óleo que de ellos se produce. Termina suplicando protección para cuantos lleven e sus casas los ramos bendecidos. Ya entonces se hizo costumbre conservar las palmas y los ramos como sacramental adornando los balcones y las ventanas. Se les atribuía especial virtud en las tormentas.
Se distribuían luego los ramos y de hacía la procesión coral como todos los domingos. Después se cantaba Tercia y el Evangelio de las palmas. Un fraile predicador sermoneaba a los fieles.
Bajado el fraile del púlpito se organizaba la solemne procesión de triunfo y adoración de la Cruz, ceremonia que tenía extraordinario destaque con ruidosa participación popular y de los numerosos forasteros que acudían.
Para ello se preparaba en lugar oportuno de la ciudad, fuera de las murallas, un estrado ricamente vestido con paños de seda y oro.
Llegado allí el cortejo se colocaba la Cruz sobre el estrado, de cara al pueblo. Estando todos de pié, el Obispo tomaba la Cruz en sus manos y mostrándola, cantaba en latín: “Dios te salve Rey”, cayendo todos de rodillas. Se levantaban luego y unánimemente suplicaban con melodías perfectamente conocidas y también en la lengua oficial de la Iglesia: Hijo de David, ten misericordia de nosotros”.

Repetíase esto por tres veces, arrodillándose, levantándose y elevando gradualmente la voz. Entonces aparecían en lo alto de las murallas los cantores entonando el “Gloria, alabanza y honra a Cristo Redentor”, himno que las rúbritas de hoy conservan en la procesión de la fiesta.
Se acercaban después a una de las puertas de la ciudad (quizás distinta cada año) y el Obispo, con el báculo en la mano, sostenía el siguiente diálogo con los cantores situados al otro extremo de la puerta que estaba cerrada : “Alzáos vosotras, las puertas eternales y entrará el Rey de la gloria” a la vez que golpeaba con el báculo. Los de dentro preguntaban: “¿Quién es ese Rey de la gloria?.
Se decían tres veces, cada vez en tono más alto, idénticas palabras.
A la tercera, el Pontífice afirmaba: ”El señor fuerte y poderoso, poderoso en las batallas”.
Las dueñas se emocionaban, los caballeros se repetían sus promesas de estar siempre alertados para la defensa del Rey de los cielos y la plebe disfrutaba participando activamente en la liturgia.
Al grito del Obispo se abrían las puertas de par en par y tras él penetraban en la ciudad Cabildo, clerecía, autoridades y pueblo que alborozadamente continuaban hasta la Catedral, ocupada ya en gran parte por los que deseaban contemplar a su sabor las restantes ceremonias.
Llegados al templo variaba completamente la decoración. Los Ministros cambiaban los ornamentos blancos por otros negros para celebrar la Misa de pasión.
El texto de la de hoy es absolutamente idéntico al que escuchaban los placentinos del XVI.
La última reforma litúrgica ha restablecido en carácter festivo de la procesión de palmas mandando usar vestiduras rojas y ampliando el recorrido en lo posible.
Igualmente, el nombre tradicional de “Domingo de Ramos” ha antepuesto el de “segundo de Pasión” acomodándose más el tono con que le celebraban nuestros mayores y registrado en el “Misal según la costumbre de la Iglesia placentina”.

Manuel López Sánchez-Mora
Canónigo Archivero











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